
Argentina ha perdido sus últimas siete (7) finales a nivel de selección de mayores (Copa América: 2016, 2015, 2007, 2004 / Confederaciones: 1995, 2005 / Mundial: 2014). Su último trofeo fue en 1993, por Copa América, hace 25 años.
Es como un legendario boxeador respetado por todos pero que perdió su magia y se acostumbró a perder. Todos huelen sangre y lo saben débil: perdió su quijada, ya no resiste golpes. Es que la fría estadística dice que la albiceleste ha perdido diez (10) finales de las dieciseis (16) que ha disputado en su historia. Desde 1990, Argentina se acostumbró a perder sus títulos. Se desploman en el minuto minuto; se derrumban en ese último partido; los penales los cobran con la resignación del que se sabe perdedor.
El problema con los argentinos es mental. La materia prima la han tenido siempre. En 2002 tenían al mejor equipo del mundo y fracasaron; en 2004 se dejaron empatar al último minuto; en 2017 tienen el mejor jugador del mundo y la perdieron al final; se les olvida cobrar un penal cuando importa. Se acostumbraron a perder. Perdieron esa esencia tan de ellos, tan argentina, donde ponerse esa camiseta el es orgullo más grande al cuál se podía aspirar, un honor por el cual hay que dejar la vida. Es algo mental: el talento siempre lo tendrán.
Inglaterra, por más que quisiera, no pueden burlarse. Los ingleses ni pasan de octavos. Pero cargan con un antirecord histórico que roza la vergüenza. Su selección mayor ha perdido siete (7) de las últimas ocho (8) definiciones por penales. Ser inglés y tener que patear un penalti con la selección es como tener que sacar un par de seis con dos dados: improbable. Como nación, contando las juveniles y la selección femenina, han perdido diez (10) de (12): la maldición no conoce género ni edad.
¿Los dioses conspiran contra los ingleses? No, sencillamente tienen un bloqueo mental heredado increible con los penaltis. Un trauma que no se corrige pateando 1000 veces ante un arco vacío pero con un enfoque sicológico que ataque el problema en su raíz.
Las nuevas generaciones argentinas e inglesas nacen con una deuda heredada. Jóvenes gauchos que descubren que han perdido las últimas 7 finales consecutivas y niños ingleses que con pavor ya no pueden cobrar un penal. La mentalidad se hereda.
El ser humano son sus hábitos. Perder puede volverse el peor de los hábitos. Es escalar la montaña para dejarse caer antes de coronar la cima; liderar el pelotón antes de sabotearse en la última curva; creerse la historia hasta el último renglón pero negarse la recompensa de escribir la conclusión.
P.D: Porque lo veo venir y se que va a pasar, antes de burlarse de los argentinos, hay que ver como ellos igual al menos llegan hasta estas finales. Los colombianos nos falta todavía mucho. Cuando lleguemos siquiera a una final de Copa del Mundo podremos mofarnos de ellos.
Es como un legendario boxeador respetado por todos pero que perdió su magia y se acostumbró a perder. Todos huelen sangre y lo saben débil: perdió su quijada, ya no resiste golpes. Es que la fría estadística dice que la albiceleste ha perdido diez (10) finales de las dieciseis (16) que ha disputado en su historia. Desde 1990, Argentina se acostumbró a perder sus títulos. Se desploman en el minuto minuto; se derrumban en ese último partido; los penales los cobran con la resignación del que se sabe perdedor.
El problema con los argentinos es mental. La materia prima la han tenido siempre. En 2002 tenían al mejor equipo del mundo y fracasaron; en 2004 se dejaron empatar al último minuto; en 2017 tienen el mejor jugador del mundo y la perdieron al final; se les olvida cobrar un penal cuando importa. Se acostumbraron a perder. Perdieron esa esencia tan de ellos, tan argentina, donde ponerse esa camiseta el es orgullo más grande al cuál se podía aspirar, un honor por el cual hay que dejar la vida. Es algo mental: el talento siempre lo tendrán.
Inglaterra, por más que quisiera, no pueden burlarse. Los ingleses ni pasan de octavos. Pero cargan con un antirecord histórico que roza la vergüenza. Su selección mayor ha perdido siete (7) de las últimas ocho (8) definiciones por penales. Ser inglés y tener que patear un penalti con la selección es como tener que sacar un par de seis con dos dados: improbable. Como nación, contando las juveniles y la selección femenina, han perdido diez (10) de (12): la maldición no conoce género ni edad.
¿Los dioses conspiran contra los ingleses? No, sencillamente tienen un bloqueo mental heredado increible con los penaltis. Un trauma que no se corrige pateando 1000 veces ante un arco vacío pero con un enfoque sicológico que ataque el problema en su raíz.
Las nuevas generaciones argentinas e inglesas nacen con una deuda heredada. Jóvenes gauchos que descubren que han perdido las últimas 7 finales consecutivas y niños ingleses que con pavor ya no pueden cobrar un penal. La mentalidad se hereda.
El ser humano son sus hábitos. Perder puede volverse el peor de los hábitos. Es escalar la montaña para dejarse caer antes de coronar la cima; liderar el pelotón antes de sabotearse en la última curva; creerse la historia hasta el último renglón pero negarse la recompensa de escribir la conclusión.
P.D: Porque lo veo venir y se que va a pasar, antes de burlarse de los argentinos, hay que ver como ellos igual al menos llegan hasta estas finales. Los colombianos nos falta todavía mucho. Cuando lleguemos siquiera a una final de Copa del Mundo podremos mofarnos de ellos.