
Mi hijo de 9 años, fue franco, al grano. En su carta al niño Dios ni se tomó la molestia de escribir su regalo. Optó por poner un recorte con la camiseta del Real Madrid, “oficial”.
Como todo padre, sólo vivo por hacerlo feliz. Pero no tenía los 75 dólares. Acudí entonces a una artista tejedora del barrio. Le mostré el escudo del Real Madrid y ella me dijo que haría lo posible por plasmar los delicados contrastes y bordes con sus sutiles colores.
El resultado fue genial. Era blanca y simple; pura. Una camiseta de fútbol clásica; de la era dorada donde Puskás la paraba de pecho y remataba. Era hermosa y lo mejor es que me salió por 10 dólares.
En Nochebuena no podía de la dicha de que mi hijo Jesus abriera su regalo. Pero cual sería mi decepción cuando estalló en llantos: “!Esta no es la “oficial”!” Me dijo que no le había gustado y que todos sus amigos se burlarían de él si la llevaba al colegio. Fue una noche triste pero me prometí que para el siguiente año saldaría mi deuda con él.
Un día, el Real Madrid en su sitio web organizó un concurso cuyo premio era… la camiseta de Don Alfredo Di Stefano, modelo 1956, de aquella gloriosa final contra el Reims; la Primera gesta europea. Pura como la nieve; sólo el escudo resplandeciente en lienzo de grandeza.
Me lo gané. Si, yo, un pobre diablo arruinado me gané el botín que todo el madridismo anhelaba. Haría feliz a mi hijo. Mucho más que eso; me recordaría por siempre.
Para educarlo un poco, le mostré algunos videos de Don Alfredo. No parecía muy interesado; él que en su cuarto sólo tiene recortes de revistas (somos pobres, ni afiches le he podido dar) de James, Cristiano y Benzema.
Llegó el momento de la verdad. Se apoderó del paquete con frenesí, lo abrió y…. empezó a llorar. Le expliqué de todas las maneras que era la camiseta de Don Alfredo Di Stefano; la que llevaba puesta cuando marcó en la final de 1956. La “original”, con el sudor de él.
Mi hijo, entre sollozos, sólo atinó a balbucear en un hiriente berrinche: “Papá, pero es que yo quiero la que tiene publicidad!”
Maldita publicidad. Ganó el partido hace rato. Nos volvimos marionetas de empresas. Hinchas de fútbol marionetas de intereses comerciales.
Como todo padre, sólo vivo por hacerlo feliz. Pero no tenía los 75 dólares. Acudí entonces a una artista tejedora del barrio. Le mostré el escudo del Real Madrid y ella me dijo que haría lo posible por plasmar los delicados contrastes y bordes con sus sutiles colores.
El resultado fue genial. Era blanca y simple; pura. Una camiseta de fútbol clásica; de la era dorada donde Puskás la paraba de pecho y remataba. Era hermosa y lo mejor es que me salió por 10 dólares.
En Nochebuena no podía de la dicha de que mi hijo Jesus abriera su regalo. Pero cual sería mi decepción cuando estalló en llantos: “!Esta no es la “oficial”!” Me dijo que no le había gustado y que todos sus amigos se burlarían de él si la llevaba al colegio. Fue una noche triste pero me prometí que para el siguiente año saldaría mi deuda con él.
Un día, el Real Madrid en su sitio web organizó un concurso cuyo premio era… la camiseta de Don Alfredo Di Stefano, modelo 1956, de aquella gloriosa final contra el Reims; la Primera gesta europea. Pura como la nieve; sólo el escudo resplandeciente en lienzo de grandeza.
Me lo gané. Si, yo, un pobre diablo arruinado me gané el botín que todo el madridismo anhelaba. Haría feliz a mi hijo. Mucho más que eso; me recordaría por siempre.
Para educarlo un poco, le mostré algunos videos de Don Alfredo. No parecía muy interesado; él que en su cuarto sólo tiene recortes de revistas (somos pobres, ni afiches le he podido dar) de James, Cristiano y Benzema.
Llegó el momento de la verdad. Se apoderó del paquete con frenesí, lo abrió y…. empezó a llorar. Le expliqué de todas las maneras que era la camiseta de Don Alfredo Di Stefano; la que llevaba puesta cuando marcó en la final de 1956. La “original”, con el sudor de él.
Mi hijo, entre sollozos, sólo atinó a balbucear en un hiriente berrinche: “Papá, pero es que yo quiero la que tiene publicidad!”
Maldita publicidad. Ganó el partido hace rato. Nos volvimos marionetas de empresas. Hinchas de fútbol marionetas de intereses comerciales.