
Yann Lorence tenía 37 años. Pertenecía a los “Boulogne Boys”, barra de ultras parisina con afiliaciones de extrema derecha. En febrero de 2010, en la previa de un “Clásico” (Marsella-PSG), fue asesinado por hinchas que arboraban su misma camiseta. Si, ultras de otra barra del Paris Saint Germain (“Auteuil”) lo lincharon a las afueras del Parc des Princes. ¿Le suena familiar?
En un país en donde se valora un poco más la vida humana, el equipo, la alcaldía y el gobierno decidieron tomar medidas a la altura de la tragedia ocurrida. Vamos a ver como, en un principio, se les fue la mano para finalmente en 2016 alcanzar un equilibrio del cual Colombia puede aprender.
Tras la muerte de Yann, a los grupos de ultras se les prohibió el ingreso al estadio y su congregación a los alrededores del mismo (¿Se imagina?). En un ejercicio de pacificación del recinto, las tribunas que usualmente les pertenecían a esas barras, fueron abiertas al público en general. Para evitar que los ultras subsistieran través de la figura del “socio”, se impuso la regla según la cual ningún socio podía escoger la tribuna adonde quería ir: sería al azar. Estas medidas perduraron hasta el verano de 2016: a las barras bravas se les expulsó durante seis (¡6!) años hasta no contar con las condiciones idoneas para permitir su regreso.
Quién permitió una apertura fue el nuevo presidente del PSG, Nasser Al-Khelaifi. Para Nasser, el ambiente en el Parque de los Principes era “soso” y “aburrido”. Su visión de un gran club europeo incluía también un estadio fervoroso, lleno de ambiente, donde el rival sienta la presión. En otras palabras, el barrista, el ultra, el barra brava tiene su lugar en el estadio y alimenta el folclor del club si lo hace con un mínimo de respeto. Fue así como, tras un diálogo concertado con el Colectivo de Ultras Parisino, se les permitió su regreso, de manera controlada, una tarde de octubre de 2016. A manera de experimento, se le permitió el ingreso a 250 de ellos. Fue una fiesta pacífica. Ellos mandaban el canto; el resto del estadio lo retomaba: “Ici c’est… PARIS! “Ici c’est… PARIS!”
Un año después, en 2017, poco a poco se orquestra el regreso del barrista, del ultra, al Parque de los Principes dejando claro quién manda: la ciudad y el equipo. Mucho ultras han sido colaboradores; los más radicales han manifestado que “no se arrodillarán” ante la policia y seguirán boycoteando cualquier iniciativa gestionada desde el club y la ciudad. Comos siempre los hay civilizados y los hay desadaptados.
Mucho se puede aprender de la experiencia francesa. En Colombia, hemos tenidos muchos muertos y con pañitos de agua tibia se ha pretendido voltear la página como si nada. El barrismo no controla el estadio y no debe gozar de privilegios por más “ambiente” que le ponga a la fiesta. Los equipos y sus ciudades son los que mandan.
Durante 6 años se les prohibió a las barras bravas ingresar al Parc des Princes: fue quizás exagerado pero permitió en 2017 retomar el control total de una situación con muertos de por medio.
Si en Colombia vuelve a haber un muerto en el Campín, en el Atanasio, en el Pascual, que les prohiban el acceso a todas esas barras hasta que la ciudad y el equipo hayan retomado el control. No más impunidad.
Epílogo: Tras 5 años juicio, Romain L. fue condenado a 5 años de prisión por su participación en el asesinato y linchamiento de Yann Lorence. Al menos algo de justicia hubo.
En un país en donde se valora un poco más la vida humana, el equipo, la alcaldía y el gobierno decidieron tomar medidas a la altura de la tragedia ocurrida. Vamos a ver como, en un principio, se les fue la mano para finalmente en 2016 alcanzar un equilibrio del cual Colombia puede aprender.
Tras la muerte de Yann, a los grupos de ultras se les prohibió el ingreso al estadio y su congregación a los alrededores del mismo (¿Se imagina?). En un ejercicio de pacificación del recinto, las tribunas que usualmente les pertenecían a esas barras, fueron abiertas al público en general. Para evitar que los ultras subsistieran través de la figura del “socio”, se impuso la regla según la cual ningún socio podía escoger la tribuna adonde quería ir: sería al azar. Estas medidas perduraron hasta el verano de 2016: a las barras bravas se les expulsó durante seis (¡6!) años hasta no contar con las condiciones idoneas para permitir su regreso.
Quién permitió una apertura fue el nuevo presidente del PSG, Nasser Al-Khelaifi. Para Nasser, el ambiente en el Parque de los Principes era “soso” y “aburrido”. Su visión de un gran club europeo incluía también un estadio fervoroso, lleno de ambiente, donde el rival sienta la presión. En otras palabras, el barrista, el ultra, el barra brava tiene su lugar en el estadio y alimenta el folclor del club si lo hace con un mínimo de respeto. Fue así como, tras un diálogo concertado con el Colectivo de Ultras Parisino, se les permitió su regreso, de manera controlada, una tarde de octubre de 2016. A manera de experimento, se le permitió el ingreso a 250 de ellos. Fue una fiesta pacífica. Ellos mandaban el canto; el resto del estadio lo retomaba: “Ici c’est… PARIS! “Ici c’est… PARIS!”
Un año después, en 2017, poco a poco se orquestra el regreso del barrista, del ultra, al Parque de los Principes dejando claro quién manda: la ciudad y el equipo. Mucho ultras han sido colaboradores; los más radicales han manifestado que “no se arrodillarán” ante la policia y seguirán boycoteando cualquier iniciativa gestionada desde el club y la ciudad. Comos siempre los hay civilizados y los hay desadaptados.
Mucho se puede aprender de la experiencia francesa. En Colombia, hemos tenidos muchos muertos y con pañitos de agua tibia se ha pretendido voltear la página como si nada. El barrismo no controla el estadio y no debe gozar de privilegios por más “ambiente” que le ponga a la fiesta. Los equipos y sus ciudades son los que mandan.
Durante 6 años se les prohibió a las barras bravas ingresar al Parc des Princes: fue quizás exagerado pero permitió en 2017 retomar el control total de una situación con muertos de por medio.
Si en Colombia vuelve a haber un muerto en el Campín, en el Atanasio, en el Pascual, que les prohiban el acceso a todas esas barras hasta que la ciudad y el equipo hayan retomado el control. No más impunidad.
Epílogo: Tras 5 años juicio, Romain L. fue condenado a 5 años de prisión por su participación en el asesinato y linchamiento de Yann Lorence. Al menos algo de justicia hubo.