
“El partido más violento que jugué fue contra Uruguay en México 1970”, dice Pelé, un tipo que fue acabado a patadas en el mundial de 1966 en los dos partidos que jugó.
Brasil llegaba a la semifinal del Mundial y se encontraba con Uruguay. El equipo que estaba maravillando al mundo tendría ahora una prueba de fuego: superar no sólo al seleccionado uruguayo sino dejar atrás los temores del Maracanazo, que para aquel entonces cumplía 20 años.
Los uruguayos sabían que el juego tendría mucho de psicológico; fue por esto que empezaron a calentar el partido desde el mismo sorteo, en el tradicional intercambio de banderines que hacen los capitanes antes de comenzar el encuentro tuvo una particularidad: El banderín que entregaron los uruguayos era conmemorativo a aquella legendaria victoria de 1950.
La siguiente estrategia de Uruguay fue recurrir a la violencia. “Tuvimos problemas desde el comienzo ellos (los uruguayos) eran violentos incluso sin el balón de por medio”, cuenta Carlos Alberto, capitán de Brasil en aquel Mundial. Las patadas de los uruguayos quedaban impunes, así que Brasil se dejó contagiar de la belicosidad uruguaya; Pelé metió un codazo certero en la cara de un rival, tampoco recibió castigo.
En 19 minutos Uruguay había llevado el partido a donde quería. Y para acabar de completar un pase Morales a Cubillas acabó en el fondo de la red dándole la ventaja a los celestes. Todos los fantasmas del Maracanazo se paseaban por Guadalajara, sede del partido.
Brasil era un mar de nervios. Con Gerson permanentemente marcado el fútbol no fluía; él era el cerebro del equipo, sin su talento, Brasil, quedaba reducido a improductivos intentos individuales que eran frenados con vehemencia por parte de Uruguay. Carlos Alberto cuenta que fue en ese momento cuando Gerson se le acercó y le pidió autorización para cambiar su posición con Clodoaldo, quien por lo general nunca se desprendía de la mitad de la cancha para atacar.
Fue así como Clodoaldo pasó desapercibido hasta el área uruguaya, recibió un pase de Tostao y anotó el empate poco antes de que terminara la primera mitad. Fue un bálsamo de tranquilidad para Brasil y un golpe demasiado fuerte para Uruguay.
En el segundo tiempo Brasil estaba mucho más suelto. Uruguay ya no era tan intenso en la marca, aunque seguía abusando del juego fuerte. Jairzinho anotó el segundo y Rivelino terminó de espantar cualquier temor de que lo sucedido en el Maracaná en el 50 se repitiera marcando el tercero y definitivo.
Sin embargo el partido tendría una jugada más para reseñar. Se trata del “gol que nunca fue gol”, quizá la jugada más famosa de este encuentro; Tostao filtro un pase para Pelé, quien ante la salida Ladislao Mazurkiewicz, portero uruguayo, amagó con el cuerpo y sin tocar el balón le hizo un ocho al arquero, para después rematar ligeramente desviado.
De esa manera Brasil consiguió su pase a la final de aquel Mundial, el resto es historia; historia y gloria.
Brasil llegaba a la semifinal del Mundial y se encontraba con Uruguay. El equipo que estaba maravillando al mundo tendría ahora una prueba de fuego: superar no sólo al seleccionado uruguayo sino dejar atrás los temores del Maracanazo, que para aquel entonces cumplía 20 años.
Los uruguayos sabían que el juego tendría mucho de psicológico; fue por esto que empezaron a calentar el partido desde el mismo sorteo, en el tradicional intercambio de banderines que hacen los capitanes antes de comenzar el encuentro tuvo una particularidad: El banderín que entregaron los uruguayos era conmemorativo a aquella legendaria victoria de 1950.
La siguiente estrategia de Uruguay fue recurrir a la violencia. “Tuvimos problemas desde el comienzo ellos (los uruguayos) eran violentos incluso sin el balón de por medio”, cuenta Carlos Alberto, capitán de Brasil en aquel Mundial. Las patadas de los uruguayos quedaban impunes, así que Brasil se dejó contagiar de la belicosidad uruguaya; Pelé metió un codazo certero en la cara de un rival, tampoco recibió castigo.
En 19 minutos Uruguay había llevado el partido a donde quería. Y para acabar de completar un pase Morales a Cubillas acabó en el fondo de la red dándole la ventaja a los celestes. Todos los fantasmas del Maracanazo se paseaban por Guadalajara, sede del partido.
Brasil era un mar de nervios. Con Gerson permanentemente marcado el fútbol no fluía; él era el cerebro del equipo, sin su talento, Brasil, quedaba reducido a improductivos intentos individuales que eran frenados con vehemencia por parte de Uruguay. Carlos Alberto cuenta que fue en ese momento cuando Gerson se le acercó y le pidió autorización para cambiar su posición con Clodoaldo, quien por lo general nunca se desprendía de la mitad de la cancha para atacar.
Fue así como Clodoaldo pasó desapercibido hasta el área uruguaya, recibió un pase de Tostao y anotó el empate poco antes de que terminara la primera mitad. Fue un bálsamo de tranquilidad para Brasil y un golpe demasiado fuerte para Uruguay.
En el segundo tiempo Brasil estaba mucho más suelto. Uruguay ya no era tan intenso en la marca, aunque seguía abusando del juego fuerte. Jairzinho anotó el segundo y Rivelino terminó de espantar cualquier temor de que lo sucedido en el Maracaná en el 50 se repitiera marcando el tercero y definitivo.
Sin embargo el partido tendría una jugada más para reseñar. Se trata del “gol que nunca fue gol”, quizá la jugada más famosa de este encuentro; Tostao filtro un pase para Pelé, quien ante la salida Ladislao Mazurkiewicz, portero uruguayo, amagó con el cuerpo y sin tocar el balón le hizo un ocho al arquero, para después rematar ligeramente desviado.
De esa manera Brasil consiguió su pase a la final de aquel Mundial, el resto es historia; historia y gloria.