
El día antes de una ofensiva contra los alemanes en mayo de 1915, el sargento inglés Frank Edwards se le ocurrió una peculiar idea: si había de morir... moriría driblando un balón de fútbol.
En una muestra osada de amor por el fútbol, Edwards y sus compañeros camuflaron seis balones de fútbol a las trincheras. Su superior les confiscó cinco... un balón se salvó.
El día de la ofensiva, Edwards jugó su mejor partido de fútbol; dribló inclementes balas creyendo seguramente que estaba en Wembley. Al final, cuando ya gritaba gol, una bala lo dio de baja.
Los dioses del fútbol no quisieron dejarlo morir; milagrosamente sobrevivió la guerra y falleció en 1964.
Testimonio de su hazaña, dentro de los escombros, se descubrió su balón el cual fue a reposar en la tumba de su dueño. Reposó ahí durante décadas hasta que recientemente fue recuperado para restaurarlo por el Centro de Restauración de Northampton.
Un balón de fútbol que sobrevivió una Guerra Mundial.
La pintora Elizabeth Thompson inmortalizó el hecho en su pintura "A London Irish at Loos (1916)"
En una muestra osada de amor por el fútbol, Edwards y sus compañeros camuflaron seis balones de fútbol a las trincheras. Su superior les confiscó cinco... un balón se salvó.
El día de la ofensiva, Edwards jugó su mejor partido de fútbol; dribló inclementes balas creyendo seguramente que estaba en Wembley. Al final, cuando ya gritaba gol, una bala lo dio de baja.
Los dioses del fútbol no quisieron dejarlo morir; milagrosamente sobrevivió la guerra y falleció en 1964.
Testimonio de su hazaña, dentro de los escombros, se descubrió su balón el cual fue a reposar en la tumba de su dueño. Reposó ahí durante décadas hasta que recientemente fue recuperado para restaurarlo por el Centro de Restauración de Northampton.
Un balón de fútbol que sobrevivió una Guerra Mundial.
La pintora Elizabeth Thompson inmortalizó el hecho en su pintura "A London Irish at Loos (1916)"