
¿Alguna vez ha ido al estadio o a un bar y le ha dado un fuerte abrazo a ese desconocido que por casualidad quedó sentado al lado suyo después de que su equipo marcara un gol?
Qué momento más maravilloso, ¿no? Son de esas cosas raras que produce el fútbol. Usted no sabe nada de esa persona; puede que esté en la otra orilla de su pensamiento político, o que profese una religión distinta a la suya, o que viva su vida de una manera diametralmente distinta a la que usted acostumbra; pero todo eso no importa en ese instante porque usted está convencido de que en ese preciso momento ese desconocido está siendo embriagado por el mismo éxtasis que usted; el del gol.
Me he puesto a pensar en qué otra situación abrazaría a un extraño con esa espontaneidad. No existe otro escenario posible en el que haga semejante cosa. Pero allí en las gradas pasa inexplicablemente. Es como si todos durante 90 minutos estuvieran sintonizados en la misma frecuencia emocional. Uno puede mirar las caras en una tribuna y saber cómo andan las cosas en el terreno de juego sin voltear a mirarlo; angustia, alegría, desazón, rabia, son sentimientos que usted puede sentir en tan solo 90 minutos. Cualquiera diría que es un caso grave de inestabilidad emocional o bipolaridad, pero no, es sólo fútbol.
Le pregunté hace poco a un tendero, para iniciar una conversación (nada como el fútbol para empezar una charla), que cómo veía el partido del próximo fin de semana y el muy amargado me respondió: “Ganen o pierdan mañana tengo que pagar el arriendo”. Y tiene razón, la vida sigue después del fútbol, pero que triste sería sin éste. También una amiga decía que “Nadie se ha muerto por un partido de fútbol” y yo pensaba ¡cuánta ignorancia! si el fútbol ha provocado infartos, fusilados y hasta guerras.
El que racionalice el fútbol se da cuenta de que es una completa estupidez: 22 hombres corriendo tras un objeto esférico con el objetivo de insertarlo con los pies en un arco. Pero es que no es racional, es algo inexplicable lo que se siente. Sólo el que lo vive con pasión lo entiende.
El ser humano necesita escapar por momentos de la realidad, por eso existe el cine, la música, la literatura y por supuesto este bello deporte. Y en esa evasión de la cotidianidad que nos regala el fútbol se vale hasta abrazar a un completo extraño.
Qué momento más maravilloso, ¿no? Son de esas cosas raras que produce el fútbol. Usted no sabe nada de esa persona; puede que esté en la otra orilla de su pensamiento político, o que profese una religión distinta a la suya, o que viva su vida de una manera diametralmente distinta a la que usted acostumbra; pero todo eso no importa en ese instante porque usted está convencido de que en ese preciso momento ese desconocido está siendo embriagado por el mismo éxtasis que usted; el del gol.
Me he puesto a pensar en qué otra situación abrazaría a un extraño con esa espontaneidad. No existe otro escenario posible en el que haga semejante cosa. Pero allí en las gradas pasa inexplicablemente. Es como si todos durante 90 minutos estuvieran sintonizados en la misma frecuencia emocional. Uno puede mirar las caras en una tribuna y saber cómo andan las cosas en el terreno de juego sin voltear a mirarlo; angustia, alegría, desazón, rabia, son sentimientos que usted puede sentir en tan solo 90 minutos. Cualquiera diría que es un caso grave de inestabilidad emocional o bipolaridad, pero no, es sólo fútbol.
Le pregunté hace poco a un tendero, para iniciar una conversación (nada como el fútbol para empezar una charla), que cómo veía el partido del próximo fin de semana y el muy amargado me respondió: “Ganen o pierdan mañana tengo que pagar el arriendo”. Y tiene razón, la vida sigue después del fútbol, pero que triste sería sin éste. También una amiga decía que “Nadie se ha muerto por un partido de fútbol” y yo pensaba ¡cuánta ignorancia! si el fútbol ha provocado infartos, fusilados y hasta guerras.
El que racionalice el fútbol se da cuenta de que es una completa estupidez: 22 hombres corriendo tras un objeto esférico con el objetivo de insertarlo con los pies en un arco. Pero es que no es racional, es algo inexplicable lo que se siente. Sólo el que lo vive con pasión lo entiende.
El ser humano necesita escapar por momentos de la realidad, por eso existe el cine, la música, la literatura y por supuesto este bello deporte. Y en esa evasión de la cotidianidad que nos regala el fútbol se vale hasta abrazar a un completo extraño.