
La generación más gloriosa del fútbol francés fue la que conquistó la Copa Mundial de 1998 y la Euro del año 2000. Sus triunfos unieron al pueblo francés en torno a la fraternidad que tanto se promulgó durante la Revolución “¡Zidane presidente!” Se escuchaba en los Campos Elíseo mientras se celebraba la consecución de la Copa del Mundo. No importaba que Zinedine fuera de ascendencia argelina, él era el hombre más popular del país. Esa selección alimentó el imaginario de la Francia negra-blanca-árabe, en la que todos podían convivir.
Y en ese marco fue que a algún político de turno se le ocurrió organizar un partido entre Francia y Argelia. Estos dos seleccionados no se habían enfrentado nunca desde que empezó la guerra de Argelia; la idea era que el encuentro sirviera para cerrar las heridas que dejó este conflicto, 40 años después.
El partido se pactó para el 6 de octubre de 2001 en el Estadio de Francia. Claro, nadie imaginaba, al momento de calendar el juego, lo que iba a suceder el 11 de septiembre en Nueva York. Con la islamofobia en el aire y una advertencia de los servicios franceses de inteligencia en la que se alertaba del elevado número de banderas, camisetas y bufandas de Argelia que se estaban vendiendo en París se decidió seguir adelante con el juego.
Los ojos de la prensa estaban sobre Zidane, quien sólo dio una declaración al respecto en la que afirmó: “Si tuviera que elegir un partido que salira empatado, sería éste. Dicho esto el equipo francés hará todo lo posible por ganar, pero si termina empatado, bueno, no lo lamentaré mucho”.
El día del partido, Mehdi Meniri, jugador argelino, cuenta que se cruzó con Patrick Vieira en el calentamiento previo, y éste le dijo: “Hoy ustedes juegan de locales”. La tensión se podía palpar. Miles de personas, no necesariamente argelinas, pero sí de origen o ascendencia árabe habían abarrotado las tribunas del estadio ubicado en Saint-Denis. Ya en el calentamiento un aficionado vestido con los colores de la bandera argelina se había lanzado a invadir el campo; “es un hecho aislado”, dijeron los comentaristas tratando de restarle importancia al suceso.
Con los equipos formados para los actos protocolarios se escuchó como el himno argelino retumbaba; efectivamente, Argelia era el local. La Marsellesa corrió con la suerte contraria; cuentan los jugadores franceses que el abucheo fue tan fuerte que era imposible escuchar las notas del himno francés que se amplificaban por la megafonía del estadio.
Con el partido en marcha el ambiente no cambio para nada; cada vez que Zidane tocaba el balón silbidos ensordecedores bajaban desde las tribunas. Muchos de esos que silbaban hace sólo un año se habían volcado a las calles a celebrar las gestas de Zizou. Pero en el contexto actual esa gente se había vuelto a sentir excluida, como si fueran de otro planeta, aunque su pasaporte asegurara que eran franceses. El mito de los negros-blancos-árabes se había desmoronado. El fútbol es capaz de crear ideas tan poderosas como esa, pero no puede sostenerlas por sí solo.
En lo deportivo Francia era infinitamente superior a Argelia. Con el marcador 4-1 a favor de los locales y 74 minutos jugados los hinchas y simpatizantes de Argelia decidieron invadir el campo de juego. Cientos de personas se abalanzaron a la cancha, la mayoría de ellas iban riendo mientras entraban. Thuram encaró a una de ellas, diciéndole: “Oye, ven aquí, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿No? Déjame explicártelo: No entiendes el daño que le estás haciendo al fútbol y a tu país. Tú te lo tomas en broma pero nadie más lo hará”. Thuram sabía que cierto sector de la prensa y la ultraderecha sacarían provecho de esta situación, tergiversándola y contribuyendo a la estigmatización de los árabes. El partido fue suspendido, mientras la policía intentaba retomar el control. Los disturbios se extendieron a las afueras del estadio.
La ultraderecha vio el fracaso del partido como un símbolo. Pocos días después, Bruno Mégret, quien fuera mano derecha de Jean-Marie Le Pen, lanzaba su campaña presidencial para las elecciones de 2002. Al ser cuestionado sobre por qué lanzar su candidatura en el estadio, Megret contestó: “Porque en el Francia vs Argelia algunos hinchas abuchearon el himno nacional y por eso hoy lanzamos nuestra campaña bajo el lema ‘Restaurar el orden en Francia’. Pero Mégret no era el candidato fuerte de la ultraderecha; ese puesto estaba reservado para su ex jefe, Jean-Marie Le Pen quien conseguiría ir hasta la segunda vuelta en esas elecciones.
Hoy, 15 años después del partido, Marine Le Pen, hija de Jean-Marie, puntea en las encuestas para las presidenciales de 2018. Ella sigue representando los ideales de su padre; explotar el miedo a quien se ve, viste o piensa diferente, en últimas, el miedo a la otredad, sin reconocer que efectivamente, Francia es un país de árabes, negros y blancos tal como se puede ver cada vez que un seleccionado francés, de cualquier categoría, salta a una cancha de fútbol.
Y en ese marco fue que a algún político de turno se le ocurrió organizar un partido entre Francia y Argelia. Estos dos seleccionados no se habían enfrentado nunca desde que empezó la guerra de Argelia; la idea era que el encuentro sirviera para cerrar las heridas que dejó este conflicto, 40 años después.
El partido se pactó para el 6 de octubre de 2001 en el Estadio de Francia. Claro, nadie imaginaba, al momento de calendar el juego, lo que iba a suceder el 11 de septiembre en Nueva York. Con la islamofobia en el aire y una advertencia de los servicios franceses de inteligencia en la que se alertaba del elevado número de banderas, camisetas y bufandas de Argelia que se estaban vendiendo en París se decidió seguir adelante con el juego.
Los ojos de la prensa estaban sobre Zidane, quien sólo dio una declaración al respecto en la que afirmó: “Si tuviera que elegir un partido que salira empatado, sería éste. Dicho esto el equipo francés hará todo lo posible por ganar, pero si termina empatado, bueno, no lo lamentaré mucho”.
El día del partido, Mehdi Meniri, jugador argelino, cuenta que se cruzó con Patrick Vieira en el calentamiento previo, y éste le dijo: “Hoy ustedes juegan de locales”. La tensión se podía palpar. Miles de personas, no necesariamente argelinas, pero sí de origen o ascendencia árabe habían abarrotado las tribunas del estadio ubicado en Saint-Denis. Ya en el calentamiento un aficionado vestido con los colores de la bandera argelina se había lanzado a invadir el campo; “es un hecho aislado”, dijeron los comentaristas tratando de restarle importancia al suceso.
Con los equipos formados para los actos protocolarios se escuchó como el himno argelino retumbaba; efectivamente, Argelia era el local. La Marsellesa corrió con la suerte contraria; cuentan los jugadores franceses que el abucheo fue tan fuerte que era imposible escuchar las notas del himno francés que se amplificaban por la megafonía del estadio.
Con el partido en marcha el ambiente no cambio para nada; cada vez que Zidane tocaba el balón silbidos ensordecedores bajaban desde las tribunas. Muchos de esos que silbaban hace sólo un año se habían volcado a las calles a celebrar las gestas de Zizou. Pero en el contexto actual esa gente se había vuelto a sentir excluida, como si fueran de otro planeta, aunque su pasaporte asegurara que eran franceses. El mito de los negros-blancos-árabes se había desmoronado. El fútbol es capaz de crear ideas tan poderosas como esa, pero no puede sostenerlas por sí solo.
En lo deportivo Francia era infinitamente superior a Argelia. Con el marcador 4-1 a favor de los locales y 74 minutos jugados los hinchas y simpatizantes de Argelia decidieron invadir el campo de juego. Cientos de personas se abalanzaron a la cancha, la mayoría de ellas iban riendo mientras entraban. Thuram encaró a una de ellas, diciéndole: “Oye, ven aquí, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿No? Déjame explicártelo: No entiendes el daño que le estás haciendo al fútbol y a tu país. Tú te lo tomas en broma pero nadie más lo hará”. Thuram sabía que cierto sector de la prensa y la ultraderecha sacarían provecho de esta situación, tergiversándola y contribuyendo a la estigmatización de los árabes. El partido fue suspendido, mientras la policía intentaba retomar el control. Los disturbios se extendieron a las afueras del estadio.
La ultraderecha vio el fracaso del partido como un símbolo. Pocos días después, Bruno Mégret, quien fuera mano derecha de Jean-Marie Le Pen, lanzaba su campaña presidencial para las elecciones de 2002. Al ser cuestionado sobre por qué lanzar su candidatura en el estadio, Megret contestó: “Porque en el Francia vs Argelia algunos hinchas abuchearon el himno nacional y por eso hoy lanzamos nuestra campaña bajo el lema ‘Restaurar el orden en Francia’. Pero Mégret no era el candidato fuerte de la ultraderecha; ese puesto estaba reservado para su ex jefe, Jean-Marie Le Pen quien conseguiría ir hasta la segunda vuelta en esas elecciones.
Hoy, 15 años después del partido, Marine Le Pen, hija de Jean-Marie, puntea en las encuestas para las presidenciales de 2018. Ella sigue representando los ideales de su padre; explotar el miedo a quien se ve, viste o piensa diferente, en últimas, el miedo a la otredad, sin reconocer que efectivamente, Francia es un país de árabes, negros y blancos tal como se puede ver cada vez que un seleccionado francés, de cualquier categoría, salta a una cancha de fútbol.