
Roberto Baggio, 24 años después, se le sigue recordando por el penalti que desperdició en la final de 1994. Hay mucho morbo en esa fijación; ese magnetismo de los medios y la sociedad con las historias trágicas.
Yo hoy les vengo a hablar del otro penalti de Roberto Baggio. El penalti del cual nadie habla. El de la resurrección; el de vencer y superar sus traumas; el de los valientes. Uno que, por su humanidad, es mucho más trascendental que el de 1994.
11 de junio, 1998. Chile da la sorpresa y va ganando 2-1 a Italia. Fase de grupos de la Copa del Mundo.
Minuto 84. Baggio propicia una mano polémica. Alza las manos y le pide al árbitro el penalti. El juez se lo concede. Baggio ya no sabe si celebrar o llorar. Le toca a él. Está ansioso; todos los ojos del mundo se posan sobre él. Tiene que calmarse. Posa sus manos sobre sus rodillas; tiene que respirar.
Se acerca Enrico Chiesa, huele sangre; lo ve herido a Baggio. No nos digamos mentiras; hay nervios entre sus compañeros. Duda, incertidumbre, miedo. Dino Baggio, intercede. Le dice a Chiesa que se vaya. Hay que respetarle a Roberto este momento. Darle su espacio. Es un duelo personal de “Robbie” contra la vida.
“Il Codino” agarra el balón. Le tiemblan las piernas de recordar la tragedia de hace 4 años, pero Baggio no es un cobarde. Es de hombres afrontar nuestros traumas. José Luis Sierra le grita obscenidades. Roberto no las escucha: está en otro mundo. Está en el Rose Bowl, está sudando, Taffarel en frente. Recuerdos amargos que tiene que exorcizar.
Ya estaba de sufrir. No más. Venció a Nelson Tapia. Parte de Roberto Baggio renació ese día.
Yo me quedo con el segundo penalti, el de su resurrección. Quedarse con el primero, con el de 1994, es matar a un genio del fútbol.
Yo hoy les vengo a hablar del otro penalti de Roberto Baggio. El penalti del cual nadie habla. El de la resurrección; el de vencer y superar sus traumas; el de los valientes. Uno que, por su humanidad, es mucho más trascendental que el de 1994.
11 de junio, 1998. Chile da la sorpresa y va ganando 2-1 a Italia. Fase de grupos de la Copa del Mundo.
Minuto 84. Baggio propicia una mano polémica. Alza las manos y le pide al árbitro el penalti. El juez se lo concede. Baggio ya no sabe si celebrar o llorar. Le toca a él. Está ansioso; todos los ojos del mundo se posan sobre él. Tiene que calmarse. Posa sus manos sobre sus rodillas; tiene que respirar.
Se acerca Enrico Chiesa, huele sangre; lo ve herido a Baggio. No nos digamos mentiras; hay nervios entre sus compañeros. Duda, incertidumbre, miedo. Dino Baggio, intercede. Le dice a Chiesa que se vaya. Hay que respetarle a Roberto este momento. Darle su espacio. Es un duelo personal de “Robbie” contra la vida.
“Il Codino” agarra el balón. Le tiemblan las piernas de recordar la tragedia de hace 4 años, pero Baggio no es un cobarde. Es de hombres afrontar nuestros traumas. José Luis Sierra le grita obscenidades. Roberto no las escucha: está en otro mundo. Está en el Rose Bowl, está sudando, Taffarel en frente. Recuerdos amargos que tiene que exorcizar.
Ya estaba de sufrir. No más. Venció a Nelson Tapia. Parte de Roberto Baggio renació ese día.
Yo me quedo con el segundo penalti, el de su resurrección. Quedarse con el primero, con el de 1994, es matar a un genio del fútbol.