
Para muchos su primer contacto con el fútbol vino gracias a sus padres o hermanos jugando al balón. Mi caso es distinto, mi primer contacto con el fútbol fue ver a mi mamá junto a un radio, sufriendo, ilusionándose, lamentándose pero firme. Firme junto al radio, firme junto al Once Caldas.
Y es una tradición. Yo siempre he tenido televisores en casa y por más que la tecnología avance, mi mamá no deja de lado su radio y aunque ella pueda ver el partido siempre le bajará el volumen a la tele y pondrá la emisora de su predilección. O a veces sigue haciendo sus cosas sin mirar la pantalla pero el partido estará sintonizado en la radio, siempre.
Mi familia es de Manizales y muchas cosas las heredado por ese lado. No soy hincha de un equipo en particular pero ver a mi mamá durante toda mi vida sufriendo por el Once Caldas me moldeó por lo que simpatizo con el Blanco Blanco. A ella le tocó el Once Phillips, Varta Caldas, Once Caldas Colombiana pero nunca, jamás veía a su equipo campeón. Naturalmente no podía dejar de sentir tristeza por eso. "Siempre pensaba cuando era niña que el Once algún día haría algo que le diera alegría a mucha gente" era lo que ella repetía cada vez que el Once se quedaba a la puerta de algo grande, como aquellos equipos en los 90 que jugaron bonito, llegaban a rondas definitivas pero no se consolidaban. Es frase era una especie de mantra para pasar la amargura.
En el 98 el Blanco Blanco hizo la campaña de su vida y como buen niño creía que por fin vería celebrar a mi mamá. Sin embargo todo se vino al traste en la final con el Cali. El Once quedaba subcampeón y mi mamá repetía su mantra y le añadía "como que me moriré sin verlos hacer eso que soñé". Naturalmente muchas madres dicen cosas como "el día que yo les falte me van a extrañar" pero acá no era una frase típica de mamá que hace reír, no, era el lamento de esperar toda una vida por algo que no sería.
En el 99 el Once Caldas paseó al River en Manizales y el continente tomó nota, a Congo lo vendieron a España pero una vez más no se pudo, el equipo se quedó en primera ronda. En 2002 una nueva Libertadores, otra decepción. Pero llegó 2003 y el torneo del primer semestre. El Once no jugaba al toque toque bonito de los 90s pero lograba efectividad ¿sería el momento? Pero mi mamá curtida por años de ilusiones destruidas no parecía muy optimista. Sin embargo el equipo avanzaba y llegaría a la final. Y su ritual continuaba, televisor sin sonido, radio "a todo taco". El estrés a veces era tan grande que tomaba su radio y escuchaba solo la narración pues no soportaba ver el partido, prefería sufrir oyendo. Aún no comprendo como alguien hace eso. Al minuto 29 del segundo tiempo en Manizales, Galván marcó un gol y la ciudad dio un grito que tuvo en la garganta por 53 años: afortunadamente ella estaba al frente del televisor en ese momento y vio el gol, que yo creía, sería el más importante de su vida. El pitazo final lanzó a Manizales a celebrar y mi mamá a la distancia vistió de blanco para conmemorar el triunfo de su equipo y así homenajear desde Bogotá a su ciudad, a su gente. Como hijo no podía yo estar más feliz, por el Once, por Manizales, por ella.
Si bien muchos aplaudieron en el país el triunfo Blanco luego de tanto tiempo, eso no quiere decir que todos se hayan unido en torno al equipo en la nación, como mi mamá siempre lo soñó desde niña. Un año después el Once avanzó de primera ronda en la Libertadores. El televisor prendido en silencio y el radio a todo volumen. Por primera vez veía que mi mamá soportaba ver la transmisión por la tele sin estrés, con una ilusión que me causó curiosidad. Ronda tras ronda, el ritual se repetía, radio, televisor e ilusión. El golazo de Valentierra ante Santos, una hermosa visual pero la narración que recuerdo sería de las ondas radiales. En tiempo de descuento en la semifinal ante Sao Paulo, un pase preciso a Agudelo y un gol que se gritó en todo el país. Mi mamá lo vio en un televisor nuevo pero el radio clásico fue su narrador oficial. Y ahí me acordé más que nunca del deseo que mi mamá tenía desde su niñez, de ver a su equipo unir a una nación.
Y luego vendrían dos semanas tensas en una final ante los xeneizes. Pero ella estaba tranquila alistando su ritual con la radio. Por alguna razón ese día la narración en la radio llegaba antes de la imagen en pantalla, cosa que a mi no me gusta, por lo que decidí ver el partido sólo en mi habitación. Y llegaron los penales: traté de bloquear todo sonido que viniera de la radio de mi mamá para sólo padecer viéndolo pero ella eligió sufrir escuchando una narración que se adelantaba a las imágenes. La final se va a penales en la feria del desperdicio. Mientras vi como Cangele estaba a punto de cobrar el último lanzamiento, del otro lado de la casa escuché un estruendo, un grito una emoción. Mi mamá escuchó en la radio un segundo o dos antes de verlo en pantalla, como Henao atajaba y el Once se convertía en campeón. Por fin mi mamá dejó decir su sueño de infancia como un lamento sino como una profecía cumplida.
La ciudad de Manzales cumple hoy 168 años y este es un pequeño homenaje pues mi relación con el fútbol empieza con mi mamá, con esa ciudad y con la imagen de verla a ella junto a un radio sufriendo, aprendiendo, vibrando y por fin celebrando luego de una larga espera.
Y es una tradición. Yo siempre he tenido televisores en casa y por más que la tecnología avance, mi mamá no deja de lado su radio y aunque ella pueda ver el partido siempre le bajará el volumen a la tele y pondrá la emisora de su predilección. O a veces sigue haciendo sus cosas sin mirar la pantalla pero el partido estará sintonizado en la radio, siempre.
Mi familia es de Manizales y muchas cosas las heredado por ese lado. No soy hincha de un equipo en particular pero ver a mi mamá durante toda mi vida sufriendo por el Once Caldas me moldeó por lo que simpatizo con el Blanco Blanco. A ella le tocó el Once Phillips, Varta Caldas, Once Caldas Colombiana pero nunca, jamás veía a su equipo campeón. Naturalmente no podía dejar de sentir tristeza por eso. "Siempre pensaba cuando era niña que el Once algún día haría algo que le diera alegría a mucha gente" era lo que ella repetía cada vez que el Once se quedaba a la puerta de algo grande, como aquellos equipos en los 90 que jugaron bonito, llegaban a rondas definitivas pero no se consolidaban. Es frase era una especie de mantra para pasar la amargura.
En el 98 el Blanco Blanco hizo la campaña de su vida y como buen niño creía que por fin vería celebrar a mi mamá. Sin embargo todo se vino al traste en la final con el Cali. El Once quedaba subcampeón y mi mamá repetía su mantra y le añadía "como que me moriré sin verlos hacer eso que soñé". Naturalmente muchas madres dicen cosas como "el día que yo les falte me van a extrañar" pero acá no era una frase típica de mamá que hace reír, no, era el lamento de esperar toda una vida por algo que no sería.
En el 99 el Once Caldas paseó al River en Manizales y el continente tomó nota, a Congo lo vendieron a España pero una vez más no se pudo, el equipo se quedó en primera ronda. En 2002 una nueva Libertadores, otra decepción. Pero llegó 2003 y el torneo del primer semestre. El Once no jugaba al toque toque bonito de los 90s pero lograba efectividad ¿sería el momento? Pero mi mamá curtida por años de ilusiones destruidas no parecía muy optimista. Sin embargo el equipo avanzaba y llegaría a la final. Y su ritual continuaba, televisor sin sonido, radio "a todo taco". El estrés a veces era tan grande que tomaba su radio y escuchaba solo la narración pues no soportaba ver el partido, prefería sufrir oyendo. Aún no comprendo como alguien hace eso. Al minuto 29 del segundo tiempo en Manizales, Galván marcó un gol y la ciudad dio un grito que tuvo en la garganta por 53 años: afortunadamente ella estaba al frente del televisor en ese momento y vio el gol, que yo creía, sería el más importante de su vida. El pitazo final lanzó a Manizales a celebrar y mi mamá a la distancia vistió de blanco para conmemorar el triunfo de su equipo y así homenajear desde Bogotá a su ciudad, a su gente. Como hijo no podía yo estar más feliz, por el Once, por Manizales, por ella.
Si bien muchos aplaudieron en el país el triunfo Blanco luego de tanto tiempo, eso no quiere decir que todos se hayan unido en torno al equipo en la nación, como mi mamá siempre lo soñó desde niña. Un año después el Once avanzó de primera ronda en la Libertadores. El televisor prendido en silencio y el radio a todo volumen. Por primera vez veía que mi mamá soportaba ver la transmisión por la tele sin estrés, con una ilusión que me causó curiosidad. Ronda tras ronda, el ritual se repetía, radio, televisor e ilusión. El golazo de Valentierra ante Santos, una hermosa visual pero la narración que recuerdo sería de las ondas radiales. En tiempo de descuento en la semifinal ante Sao Paulo, un pase preciso a Agudelo y un gol que se gritó en todo el país. Mi mamá lo vio en un televisor nuevo pero el radio clásico fue su narrador oficial. Y ahí me acordé más que nunca del deseo que mi mamá tenía desde su niñez, de ver a su equipo unir a una nación.
Y luego vendrían dos semanas tensas en una final ante los xeneizes. Pero ella estaba tranquila alistando su ritual con la radio. Por alguna razón ese día la narración en la radio llegaba antes de la imagen en pantalla, cosa que a mi no me gusta, por lo que decidí ver el partido sólo en mi habitación. Y llegaron los penales: traté de bloquear todo sonido que viniera de la radio de mi mamá para sólo padecer viéndolo pero ella eligió sufrir escuchando una narración que se adelantaba a las imágenes. La final se va a penales en la feria del desperdicio. Mientras vi como Cangele estaba a punto de cobrar el último lanzamiento, del otro lado de la casa escuché un estruendo, un grito una emoción. Mi mamá escuchó en la radio un segundo o dos antes de verlo en pantalla, como Henao atajaba y el Once se convertía en campeón. Por fin mi mamá dejó decir su sueño de infancia como un lamento sino como una profecía cumplida.
La ciudad de Manzales cumple hoy 168 años y este es un pequeño homenaje pues mi relación con el fútbol empieza con mi mamá, con esa ciudad y con la imagen de verla a ella junto a un radio sufriendo, aprendiendo, vibrando y por fin celebrando luego de una larga espera.