
Nada más puro y limpio que las camisetas de antaño. Únicamente el escudo del equipo: bordado al lado del corazón, alumbrando una prenda que no tiene mayor pretensión sino la de representar una pasión. Increíble pensar que durante cerca de ocho (8) décadas, el fútbol se vivió sin la intrusión de los intereses comerciales. Déjeme contarle cómo se hipotecó la pasión.
Si bien se dice que Peñarol en la década de los 50’s ya jugaba con esta tentación, el pionero fue Günter Mast, heredero de la famosa marca de alcohol alemana “Jagermeister”. Si el fútbol era el opio del pueblo, había que colonizar ese mercado: el Eintracht Braunschweig en 1973 fue el primer equipo en arborar con orgullo el peculiar logo del caliz alcoholico (un viril venado).
La Federación Alemana, tomándolo como un desafío, se opuso a la provocación: lo prohibió. Pero nada pudo hacer cuando el mismo club decidió cambiar su escudo por el venado de Jagermeister. Siempre habrá maneras de saltarse las reglas… máxime cuando esto supone la entrada de cuantiosos ingresos. Una revolución estaba en marcha: siete meses después la Bundesliga autorizaba el uso de sponsors.
Ecos de la revolución no demoraron en propagarse. En Inglaterra el prócer fue el humilde Kettering Town en 1976. Con la luna como testigo, una noche a todas las camisetas se les bordó “Kettering Tyres”: el negocio automotriz ejercía ahora como mecenas del equipo. Como en Alemania, la reacción primaria de las autoridades fue la del rechazo: con firmeza cazaron a los disidentes prohibiéndoles su extravagancia. Con picardía, el Kettering Town no bajó las brazos: atríncherándose en las sombras que deja el derecho, decidió que sus camisetas arborarían “Kettering T”, en alusión, según ellos, al nombre del equipo (?). La F.A no comió cuento… pero un año después ya nadie paraba la revolución en marcha. Los sponsors fue autorizados: Liverpool patrocinado por… Hitachi.
Una revolución que cambió el fútbol, por siempre.
Hoy en día, un niño exige que su camiseta sea la “oficial”: aquella tatuada con marcas de arroz, leche, cerveza, aceite, desodorantes (de pies), cine, condones… Lo que sea; lo que quepa. Como hordas de zombies enajenadas, los hinchas gastan 120 dólares en una camiseta, sin cuestionar lo que arbora. La revolución fue un éxito… para las empresas.
A mi hijo, le explicaré que una camiseta es… un escudo. Nada más. Esa es la que importa. La “Oficial”.
Si bien se dice que Peñarol en la década de los 50’s ya jugaba con esta tentación, el pionero fue Günter Mast, heredero de la famosa marca de alcohol alemana “Jagermeister”. Si el fútbol era el opio del pueblo, había que colonizar ese mercado: el Eintracht Braunschweig en 1973 fue el primer equipo en arborar con orgullo el peculiar logo del caliz alcoholico (un viril venado).
La Federación Alemana, tomándolo como un desafío, se opuso a la provocación: lo prohibió. Pero nada pudo hacer cuando el mismo club decidió cambiar su escudo por el venado de Jagermeister. Siempre habrá maneras de saltarse las reglas… máxime cuando esto supone la entrada de cuantiosos ingresos. Una revolución estaba en marcha: siete meses después la Bundesliga autorizaba el uso de sponsors.
Ecos de la revolución no demoraron en propagarse. En Inglaterra el prócer fue el humilde Kettering Town en 1976. Con la luna como testigo, una noche a todas las camisetas se les bordó “Kettering Tyres”: el negocio automotriz ejercía ahora como mecenas del equipo. Como en Alemania, la reacción primaria de las autoridades fue la del rechazo: con firmeza cazaron a los disidentes prohibiéndoles su extravagancia. Con picardía, el Kettering Town no bajó las brazos: atríncherándose en las sombras que deja el derecho, decidió que sus camisetas arborarían “Kettering T”, en alusión, según ellos, al nombre del equipo (?). La F.A no comió cuento… pero un año después ya nadie paraba la revolución en marcha. Los sponsors fue autorizados: Liverpool patrocinado por… Hitachi.
Una revolución que cambió el fútbol, por siempre.
Hoy en día, un niño exige que su camiseta sea la “oficial”: aquella tatuada con marcas de arroz, leche, cerveza, aceite, desodorantes (de pies), cine, condones… Lo que sea; lo que quepa. Como hordas de zombies enajenadas, los hinchas gastan 120 dólares en una camiseta, sin cuestionar lo que arbora. La revolución fue un éxito… para las empresas.
A mi hijo, le explicaré que una camiseta es… un escudo. Nada más. Esa es la que importa. La “Oficial”.