
Cuando Nelson Mandela llega a la isla de Robben en 1964, probablemente ignoraba que su nueva morada había sido antiguamente un leprosorio y un manicomio. Ahora era una prisión. Sudáfrica convulsionada por el racismo; por el Apartheid. La supremacía blanca encadenando activistas negros en prisiones hacinadas.
Ser prisionero en Robben Island suponía no sólo los flagelos y abusos carcelarios “usuales” (humillaciones, palizas, trabajos forzados). Era ante todo una lucha personal por no volverse loco; una búsqueda cotidiana para aferrarse a cualquier razón que justifique seguir con vida.
Los prisioneros tenían un precario derecho simbólico: una vez por semana podían solicitar algo que consideraran útil para ellos; una plegaria obviamente casi siempre ignorada. Pero con la fe que mueve montañas, durante tres años, entre 1964 y 1967, sin cesar ni rendirse, los prisioneros solicitaron que se les permitiera jugar fútbol. Hasta que lo lograron. La prisión les concedió jugar los sábados.
¡No se imagina lo que significaba esto para ellos! Era un escape temporal; creerse que disputaban una final de la Copa del Mundo en un estadio lleno; gritar la felicidad de cada gol conseguido trabajando en equipo.
Lo que empezó en el “cotejito” de los sábados fue trascendiendo. Los prisioneros fueron institucionalizando una verdadera Asociación de Fútbol que bautizaron “Makana F.A”, en honor a un guerrero quién durante el siglo XIX intentó unir a su pueblo en contra de la tiranía inglesa en esta misma isla de Robben.
El fútbol se convirtió en una verdadera experiencia de vida y convivencia. En la prisión había bandos ideológicos adversos entre los mismos sudafricanos como los colectivos ANC y el PAC que lograron cohabitar gracias a la sana competencia donde el balón dictaba los términos.
Se lo tomaron tan en serio que, entre ellos, los presos, constituyeron Comités Disciplinarios y formatos de liga cuidadosamente regulados donde comunicaban a través de declaraciones firmadas, con toda la solemnidad de cualquier Asociación del mundo.
Nelson Mandela al ser un prisionero estratégico, vivió su cautiverio aislado, pero en varias ocasiones los vio jugar desde minúsculas grietas. Varios reos como Sedick Isaacs o Lizo Sitoto, fundadores de la Liga Makana explicaron que la experiencia fue una manera de organizarse pacíficamente y proyectarse como colectivo. El prisionero Mark Skinners lo explica así: “El fútbol nos dio un sentido de pertenencia. Pasaba por ese sentimiento de habernos ganado el derecho a jugar y ver como logramos hacer algo que la cárcel quería prohibirte. El fútbol nos dignificó.”
La dicha les duró hasta 1973, cuando la prisión de nuevo decidió prohibir el fútbol. Pero a nadie le quitan lo bailado.
Epílogo: El Apartheid en Sudáfrica llega a su fin en 1992. Mandela, tras 27 años de cautiverio, fue liberado en 1990. En 1994 asumió la presidencia de su país.
La FIFA en 2007 reconoció de manera honorífica la “Makana F.A”. Ese mismo año se publicó un documental bajo el nombre “More than just a Game”.
Hoy en día, millones de presos siguen soñando a través del fútbol. A muchos de ellos, el fútbol los sigue dignificando.
Ser prisionero en Robben Island suponía no sólo los flagelos y abusos carcelarios “usuales” (humillaciones, palizas, trabajos forzados). Era ante todo una lucha personal por no volverse loco; una búsqueda cotidiana para aferrarse a cualquier razón que justifique seguir con vida.
Los prisioneros tenían un precario derecho simbólico: una vez por semana podían solicitar algo que consideraran útil para ellos; una plegaria obviamente casi siempre ignorada. Pero con la fe que mueve montañas, durante tres años, entre 1964 y 1967, sin cesar ni rendirse, los prisioneros solicitaron que se les permitiera jugar fútbol. Hasta que lo lograron. La prisión les concedió jugar los sábados.
¡No se imagina lo que significaba esto para ellos! Era un escape temporal; creerse que disputaban una final de la Copa del Mundo en un estadio lleno; gritar la felicidad de cada gol conseguido trabajando en equipo.
Lo que empezó en el “cotejito” de los sábados fue trascendiendo. Los prisioneros fueron institucionalizando una verdadera Asociación de Fútbol que bautizaron “Makana F.A”, en honor a un guerrero quién durante el siglo XIX intentó unir a su pueblo en contra de la tiranía inglesa en esta misma isla de Robben.
El fútbol se convirtió en una verdadera experiencia de vida y convivencia. En la prisión había bandos ideológicos adversos entre los mismos sudafricanos como los colectivos ANC y el PAC que lograron cohabitar gracias a la sana competencia donde el balón dictaba los términos.
Se lo tomaron tan en serio que, entre ellos, los presos, constituyeron Comités Disciplinarios y formatos de liga cuidadosamente regulados donde comunicaban a través de declaraciones firmadas, con toda la solemnidad de cualquier Asociación del mundo.
Nelson Mandela al ser un prisionero estratégico, vivió su cautiverio aislado, pero en varias ocasiones los vio jugar desde minúsculas grietas. Varios reos como Sedick Isaacs o Lizo Sitoto, fundadores de la Liga Makana explicaron que la experiencia fue una manera de organizarse pacíficamente y proyectarse como colectivo. El prisionero Mark Skinners lo explica así: “El fútbol nos dio un sentido de pertenencia. Pasaba por ese sentimiento de habernos ganado el derecho a jugar y ver como logramos hacer algo que la cárcel quería prohibirte. El fútbol nos dignificó.”
La dicha les duró hasta 1973, cuando la prisión de nuevo decidió prohibir el fútbol. Pero a nadie le quitan lo bailado.
Epílogo: El Apartheid en Sudáfrica llega a su fin en 1992. Mandela, tras 27 años de cautiverio, fue liberado en 1990. En 1994 asumió la presidencia de su país.
La FIFA en 2007 reconoció de manera honorífica la “Makana F.A”. Ese mismo año se publicó un documental bajo el nombre “More than just a Game”.
Hoy en día, millones de presos siguen soñando a través del fútbol. A muchos de ellos, el fútbol los sigue dignificando.