
“Eso es el fútbol. Dios lo quiso así, esperemos que Dios tenga algo mejor para nosotros.” Nunca olvidaré las palabras de Mayer. Colombia venía de perder 9-0 ante Brasil, ese fatídico 30 de enero del año 2000, y Mayer Candelo me tenía sumido en una crisis existencialista sin precedentes.
Yo tenía 13 años y no lograba darle sentido a esa catástrofe: ¿Dios quiso que a Colombia la humillaran propinándole semejante muenda? ¿Qué le hizo Colombia a Dios para merecer semejante castigo? ¿Dios es entonces hincha de Brasil?
Nadie parecía cuestionar la frase de Mayer. El señor reportero cambió de tema y hasta ahí llegó. Le pregunté a mi papá, quién todavía decepcionado, me dijo que no lo molestara. Mi mamá me dijo que “Dios trabaja de maneras misteriosas”. Quedé aún más confundido y cansado, me fui a dormir.
Esa noche, me soñé ese 9-0. Un Dios barbudo con la camiseta de Brasil entronado en una senda nube flotando encima del terreno. Como un titiretero, con un mano controlaba a los colombianos y con la otra a los brasileros. Los jugadores colombianos jugaban su peor partido de las vidas (“Dios lo quiso así”) mientras que los brasileros volaban (“Dios lo quiso así”).
Pobre Robinson Zapata; cada vez que se estiraba, Dios le escondía el balón. Pobre León Darío Muñoz; cada vez que driblaba, Dios lo saboteaba. Pobre hincha colombiano; rezándole entonces a un Dios que quería que Colombia perdiera por goleada.
Me desperté sudando. Algo había sucedido. La inocua frase de Mayer había terminado siendo una epifanía: Dios no tuvo nada que ver. Dios no estuvo pendiente del fracaso de Colombia. Fue un partido entre seres humanos y ganaron los mejores. Ni más, ni menos.
Le debo las gracias a Mayer (y a muchos autores de filosofía) para ser un ateo respetuoso y tolerante que soy hoy. Pero es con suma preocupación que constato como Dios sigue siendo usado como excusa en la derrota y como pretexto en la victoria. Perdimos porque “Dios lo quiso así”; Vamos a ganar porque “Dios está con nosotros”.
La religión es algo muy personal, pero representar a TODO un pais, ponerse la tricolor NACIONAL, ¿para salir a decir que perdimos porque “Dios lo quiso así”? Nunca más.
Que sea el maestro Johan Cruyff en cerrar este escrito:
“En España, todos los 22 jugadores se santiguan antes de salir al campo. Si resultara, siempre sería empate.”
Yo tenía 13 años y no lograba darle sentido a esa catástrofe: ¿Dios quiso que a Colombia la humillaran propinándole semejante muenda? ¿Qué le hizo Colombia a Dios para merecer semejante castigo? ¿Dios es entonces hincha de Brasil?
Nadie parecía cuestionar la frase de Mayer. El señor reportero cambió de tema y hasta ahí llegó. Le pregunté a mi papá, quién todavía decepcionado, me dijo que no lo molestara. Mi mamá me dijo que “Dios trabaja de maneras misteriosas”. Quedé aún más confundido y cansado, me fui a dormir.
Esa noche, me soñé ese 9-0. Un Dios barbudo con la camiseta de Brasil entronado en una senda nube flotando encima del terreno. Como un titiretero, con un mano controlaba a los colombianos y con la otra a los brasileros. Los jugadores colombianos jugaban su peor partido de las vidas (“Dios lo quiso así”) mientras que los brasileros volaban (“Dios lo quiso así”).
Pobre Robinson Zapata; cada vez que se estiraba, Dios le escondía el balón. Pobre León Darío Muñoz; cada vez que driblaba, Dios lo saboteaba. Pobre hincha colombiano; rezándole entonces a un Dios que quería que Colombia perdiera por goleada.
Me desperté sudando. Algo había sucedido. La inocua frase de Mayer había terminado siendo una epifanía: Dios no tuvo nada que ver. Dios no estuvo pendiente del fracaso de Colombia. Fue un partido entre seres humanos y ganaron los mejores. Ni más, ni menos.
Le debo las gracias a Mayer (y a muchos autores de filosofía) para ser un ateo respetuoso y tolerante que soy hoy. Pero es con suma preocupación que constato como Dios sigue siendo usado como excusa en la derrota y como pretexto en la victoria. Perdimos porque “Dios lo quiso así”; Vamos a ganar porque “Dios está con nosotros”.
La religión es algo muy personal, pero representar a TODO un pais, ponerse la tricolor NACIONAL, ¿para salir a decir que perdimos porque “Dios lo quiso así”? Nunca más.
Que sea el maestro Johan Cruyff en cerrar este escrito:
“En España, todos los 22 jugadores se santiguan antes de salir al campo. Si resultara, siempre sería empate.”