
Faustino, es bien sabido, no quiso ser de los mejores del mundo. No se le dio la gana. Igual, es un ídolo reverenciado en Colombia; para muchos, el mejor delantero de la historia del país a pesar de haber desperdiciado su talento.
Asprilla fascina. Sus historias de mujeres, rumbas y actos de indisciplina generan hoy simpatía y admiración. Es como ese “chico malo” que nos cae bien porque hizo todo aquello que muchos sueñan con hacer, pero no se atreven.
¿Ronaldinho? Es el consentido universal del planeta fútbol. Fue un genio, pero la gente, en su devoción ciega, olvida que ante todo fue un indisciplinado: alguien que se escapaba regularmente de concentraciones para salir a rumbear; que jugó enguayabado quien sabe cuantos partidos. Ese que hoy narra orgulloso las veces en que metía mujeres a las concentraciones y como el acto sexual lo hacía antes de los partidos sin mayor contemplación por el código de convivencia que el técnico de turno intentaba hacer respetar. Como Asprilla, hacía lo que se le daba la gana, y eso, nos fascina: los aplaudimos. Son los chicos malos; los consentidos.
Si a ellos les aplaudimos la indisciplina… ¿con qué autoridad moral le exigimos a James Rodriguez que sea un ídolo “para la sociedad y los niños de hoy”?
James, a comparación de Faustino y Ronaldinho, es un consumado profesional. Disciplinado, regular, consistente, con una buena higiene de vida. ¿Rumbero? Seguramente la noche de Madrid le habrá cobrado unas (pocas) malas experiencias de las cuales aprendió, pero el trato con él es muy diferente. Se le crucificó en la humareda de rumores de la prensa amarillista: James el rumbero, el vago, el creído, el agrandado. De él se esperaba que fuera un santo: un esposo y padre ejemplar, un deportista entregado a su país, cuando es un ser humano más que día a día le da sentido a su vida.
Que mamera ser James Rodriguez: haberse ganado solito, a punta de esfuerzo y sacrificio, un lugar en la élite mundial para tener que estar en el ojo del huracán, siempre, de un país que por un lado aplaude a los vagos y por el otro le exige santidad a sus nuevos ídolos.
Asprilla fascina. Sus historias de mujeres, rumbas y actos de indisciplina generan hoy simpatía y admiración. Es como ese “chico malo” que nos cae bien porque hizo todo aquello que muchos sueñan con hacer, pero no se atreven.
¿Ronaldinho? Es el consentido universal del planeta fútbol. Fue un genio, pero la gente, en su devoción ciega, olvida que ante todo fue un indisciplinado: alguien que se escapaba regularmente de concentraciones para salir a rumbear; que jugó enguayabado quien sabe cuantos partidos. Ese que hoy narra orgulloso las veces en que metía mujeres a las concentraciones y como el acto sexual lo hacía antes de los partidos sin mayor contemplación por el código de convivencia que el técnico de turno intentaba hacer respetar. Como Asprilla, hacía lo que se le daba la gana, y eso, nos fascina: los aplaudimos. Son los chicos malos; los consentidos.
Si a ellos les aplaudimos la indisciplina… ¿con qué autoridad moral le exigimos a James Rodriguez que sea un ídolo “para la sociedad y los niños de hoy”?
James, a comparación de Faustino y Ronaldinho, es un consumado profesional. Disciplinado, regular, consistente, con una buena higiene de vida. ¿Rumbero? Seguramente la noche de Madrid le habrá cobrado unas (pocas) malas experiencias de las cuales aprendió, pero el trato con él es muy diferente. Se le crucificó en la humareda de rumores de la prensa amarillista: James el rumbero, el vago, el creído, el agrandado. De él se esperaba que fuera un santo: un esposo y padre ejemplar, un deportista entregado a su país, cuando es un ser humano más que día a día le da sentido a su vida.
Que mamera ser James Rodriguez: haberse ganado solito, a punta de esfuerzo y sacrificio, un lugar en la élite mundial para tener que estar en el ojo del huracán, siempre, de un país que por un lado aplaude a los vagos y por el otro le exige santidad a sus nuevos ídolos.