
Detesto cuando se enfrenta la selección n.1 del mundo contra la última en el ranking y el técnico de turno sale a decir que será “un partido de mucho cuidado, donde toca ser humildes y respetar al rival porque en el fútbol todo puede pasar y si dios lo permite bla bla bla….”
No me aguanto cuando un jugador posee una cualidad que roza la perfección (hacer goles, driblar, marcar) y a los halagos responde con “humildad”, riéndose nerviosamente y diciendo “¿será que sí? no creo que sea tan bueno, debe haber mejores que yo, lo importante es seguir trabajando y con la ayuda de dios bla bla bla…”
Repudio y me saca de quicio cuando un jugador es de lejos el mejor y es premiado con un galardón importante para salir a decir que “tuve suerte; así como gané yo pudo haber ganado otro pero lo que sí importa es seguir trabajando y bla bla bla...”
¡No!
A mí, deme al mal llamado “arrogante”: ese que cuando le toca jugar contra la peor selección del mundo sale a decir “es nuestra obligación ganar y vamos a salir a golear. Si no goleamos habremos fracasado porque somos mil veces mejores que ellos.”
Deme a ese jugador que se atreve a decir que quiere ser el mejor del mundo y no sólo “dar lo máximo a ver qué pasa” o dejarlo "en manos de dios". Yo me quedo con ese técnico que, en vez de darle gracias a dios, se da las gracias a él mismo y pletórico grita a todos los vientos que la próxima la ganan también.
¿Usted es excelente en algo y le echaron un halago? Deme al que responde dando las gracias y diciendo que ya lo sabía. Por favor, para mi equipo, el que cuando recibe un premio que merece se lo goza sin rodeos ni excusas: sin pedir permiso.
En 2004, los periodistas ingleses le preguntaron a José Mourinho si “¿se sentía capaz de dirigir un gran club como el Chelsea?”
Mourinho: “Por favor no me llamen arrogante, pero acabo de ganar la Liga de Campeones y pienso que soy Especial.”
Por supuesto, todo el mundo lo llamó arrogante, porque vivimos en tiempos donde vocalizar sus sueños, ambiciones y sobre todo su valía personal van en contravía del paradigma de la “humildad”.
No me aguanto cuando un jugador posee una cualidad que roza la perfección (hacer goles, driblar, marcar) y a los halagos responde con “humildad”, riéndose nerviosamente y diciendo “¿será que sí? no creo que sea tan bueno, debe haber mejores que yo, lo importante es seguir trabajando y con la ayuda de dios bla bla bla…”
Repudio y me saca de quicio cuando un jugador es de lejos el mejor y es premiado con un galardón importante para salir a decir que “tuve suerte; así como gané yo pudo haber ganado otro pero lo que sí importa es seguir trabajando y bla bla bla...”
¡No!
A mí, deme al mal llamado “arrogante”: ese que cuando le toca jugar contra la peor selección del mundo sale a decir “es nuestra obligación ganar y vamos a salir a golear. Si no goleamos habremos fracasado porque somos mil veces mejores que ellos.”
Deme a ese jugador que se atreve a decir que quiere ser el mejor del mundo y no sólo “dar lo máximo a ver qué pasa” o dejarlo "en manos de dios". Yo me quedo con ese técnico que, en vez de darle gracias a dios, se da las gracias a él mismo y pletórico grita a todos los vientos que la próxima la ganan también.
¿Usted es excelente en algo y le echaron un halago? Deme al que responde dando las gracias y diciendo que ya lo sabía. Por favor, para mi equipo, el que cuando recibe un premio que merece se lo goza sin rodeos ni excusas: sin pedir permiso.
En 2004, los periodistas ingleses le preguntaron a José Mourinho si “¿se sentía capaz de dirigir un gran club como el Chelsea?”
Mourinho: “Por favor no me llamen arrogante, pero acabo de ganar la Liga de Campeones y pienso que soy Especial.”
Por supuesto, todo el mundo lo llamó arrogante, porque vivimos en tiempos donde vocalizar sus sueños, ambiciones y sobre todo su valía personal van en contravía del paradigma de la “humildad”.