
Son ellos. Son incansables. No paran de saltar, aun cuando el cuerpo les pide parar. Hacerlo sería abdicar y ellos están ahí para jugarse el partido. Son música, cánticos, color. No importa el clima; entre más llueva mejor, más gritarán para hacerse escuchar. Sus trapos arropan al equipo, intimidan al rival.
Previo al partido, empieza el ritual. Llegan en paz. Cantando su amor por el equipo, saludando a los demás hinchas y dándole la bienvenida al rival visitante. Cuando ven hinchas de la tercera edad se acercan para hablar: preguntar y aprender de su pasado, de su historia. A los niños y sus papás los dejan en paz, con una sonrisa y un ademán.
Durante el partido, entienden que el estadio es de todos. Que toda la hinchada es una gran familia donde ellos lideran con ejemplo desde la festividad. No hay intimidación ni amenazas: hay colaboración y pasión. Son líderes de la fiesta y sacan a bailar al resto del estadio. Todos comulgan porque todos vibran por igual y solo quieren ver ganar a su equipo. Al hincha rival se le respeta porque mañana son ellos los que serán huéspedes en otra ciudad.
Cuando el partido termina, cualquiera sea el resultado, ellos siguen saltando. La salida es en paz. Sin esa zozobra nocturna de saberse responsable de un niño de 5 años y tener que tomar transporte público.
Son un orgullo de su ciudad. Son líderes desde la fiesta y la convivencia. Son los directores de esa orquesta humana que es un estadio.
¿La mejor barra de Colombia? Señor lector, usted que llegó hasta el final de este escrito, me disculpo, porque no existe. Me la soñé. Lo que acaba de leer fue ese sueño. Qué pena defraudarlo.
Es un simple llamado a las barras de Colombia. Si quieren protagonizar los titulares de la prensa después de cada partido, pueden seguir propagando la intolerancia y la violencia.
Pero aquellas que aspiren a la inmortalidad, pueden cambiar, ser esos pícaros fiesteros que sacan a bailar todo un estadio, desde el respeto y la educación.
Aspiren a la inmortalidad, por favor.
Previo al partido, empieza el ritual. Llegan en paz. Cantando su amor por el equipo, saludando a los demás hinchas y dándole la bienvenida al rival visitante. Cuando ven hinchas de la tercera edad se acercan para hablar: preguntar y aprender de su pasado, de su historia. A los niños y sus papás los dejan en paz, con una sonrisa y un ademán.
Durante el partido, entienden que el estadio es de todos. Que toda la hinchada es una gran familia donde ellos lideran con ejemplo desde la festividad. No hay intimidación ni amenazas: hay colaboración y pasión. Son líderes de la fiesta y sacan a bailar al resto del estadio. Todos comulgan porque todos vibran por igual y solo quieren ver ganar a su equipo. Al hincha rival se le respeta porque mañana son ellos los que serán huéspedes en otra ciudad.
Cuando el partido termina, cualquiera sea el resultado, ellos siguen saltando. La salida es en paz. Sin esa zozobra nocturna de saberse responsable de un niño de 5 años y tener que tomar transporte público.
Son un orgullo de su ciudad. Son líderes desde la fiesta y la convivencia. Son los directores de esa orquesta humana que es un estadio.
¿La mejor barra de Colombia? Señor lector, usted que llegó hasta el final de este escrito, me disculpo, porque no existe. Me la soñé. Lo que acaba de leer fue ese sueño. Qué pena defraudarlo.
Es un simple llamado a las barras de Colombia. Si quieren protagonizar los titulares de la prensa después de cada partido, pueden seguir propagando la intolerancia y la violencia.
Pero aquellas que aspiren a la inmortalidad, pueden cambiar, ser esos pícaros fiesteros que sacan a bailar todo un estadio, desde el respeto y la educación.
Aspiren a la inmortalidad, por favor.