
Ayer el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia (TPIY) profirió la que fue su última sentencia. Se trató del veredicto contra el ex general serbobosnio Ratko Mladic, quien fue condenado a cadena perpetua por el genocidio de Srebrenica en el que se cometieron toda clase de vejámenes, que incluyeron el asesinato de 8000 musulmanes.
Decenas de criminales fueron juzgados por el TPIY, pero lejos estuvo de enjuiciar a todos los responsables de un conflicto que duró una década y que trajo consigo la disolución de Yugoslavia.
¿Y qué tiene que ver esto con el fútbol? Mucho, por no decir que todo. Irónicamente, mientras Yugoslavia se desmoronaba como nación, si es que alguna vez lo fue, el proyecto futbolístico yugoslavo empezaba a cuajar en una generación de jugadores que pudieron ser, y eso nunca se sabrá con certeza, uno de los grandes equipo de todos los tiempos. Dicha generación se mostró ante el mundo en el campeonato juvenil de 1987, disputado en Chile. Jugadores como Davor Suker, Boban, Robert Prosinečki, Jarni, Mijatović, entre otros, guiaron a Yugoslavia a ganar el torneo, tras derrotar a Alemania Federal en la final, jugada en Santiago.
Esa base de jugadores, a la que se sumaron otros como el macedonio Darko Pancev y los serbios Dejan Savicevic y Dragan Stojkovic, fue la que puso en calzas prietas a Argentina en los cuartos de final del Mundial de Italia 1990. Sólo a través de los penales pudo el cuadro gaucho conseguir el tiquete a las semifinales y eliminar a los yugoslavos.
Cuando Estrella Roja de Belgrado ganó la Copa de Campeones de Europa en 1991, parecía indudable que el fútbol Yugoslavo estaba para grandes cosas. Allí aparecieron nuevos talentos como Jugovic o Sinisa Mihailovic, con lo que Yugoslavia contaba con un fondo de jugadores envidiable, y se perfilaba como favorito para la Euro que se iba a jugar en Suecia en 1992.
Pero nada de eso sucedió, porque Yugoslavia no pudo participar en el torneo continental. Quizá muchos ignoraron lo que sucedió el 13 de mayo de 1990 en Zagreb, hoy capital croata. Jugaban Estrella Roja de Belgrado contra Dinamo de Zagreb, era un clásico, los dos equipos más importantes de Yugoslavia; la rivalidad era total, pero esta vez el ambiente era más tenso que nunca por razones políticas. “¡Zagreb es Serbia!”, clamaban desde las tribunas los ultras del Estrella Roja que se hacían llamar ‘Delije’ (héroes en serbio). Unos años más tarde estos ultras saltarán de las tribunas, empuñarán las armas y conformarán uno de los grupos paramilitares más temibles de la guerra, “Los Tigres de Arkam”.
Los hinchas de ambos equipos invaden la cancha para enfrentarse en una batalla campal. La policía hace poco para frenar la violencia de los ‘Delije’, pero reprime con violencia a los croatas. Boban, jugador croata del Dinamo, no aguanta más y da una violenta patada a un policía bosnio. Es toda una premonición de lo que será la guerra: un croata agrede a un bosnio que se niega a parar la violencia de los serbios.
"Lo que hice, lo hice por idealismo. Y porque la policía maltrató a nuestros aficionados. Los Delije estaban destruyendo el estadio y prácticamente no hicieron nada. Entonces vi a un policía golpear a un chico joven y la reacción fue la que fue. Y estoy muy orgulloso… Solo fui un rebelde croata; los héroes llegaron con la guerra". Afirmó Boban, contagiado por el frenesí nacionalista que se tomó no sólo a croatas, sino a serbios, eslovenos, bosnios, macedonios y montenegrinos. Al final, como en casi todas las guerras, hay más villanos que héroes, por mucho que Boban considere a los suyos como los buenos.
Boban, que vivía de dar patadas, se hizo célebre por una, pero no por una que le dio a un balón. Esa premonitoria patada y el enfrentamiento de ese día serían conocidos como la primera batalla de las Guerras Yugoslavas o de la Guerra de los Balcanes (aunque este término se refiere, en estricto sentido, a un conflicto desarrollado a principios del Siglo XX entre el Imperio Otomano y la Liga de los Balcanes).
Yugoslavia está concentrada en Estocolmo para la Euro, mientras la guerra devasta su país. Las voces que piden la expulsión del equipo balcánico se multiplican con cada reporte que hacen los medios internacionales desde Belgrado. “Tenemos derecho a jugar”, se defienden los yugoslavos ¿Yugoslavos?, los croatas ya habían renunciado a la selección, por lo que el cuadro que pretendía participar en la Euro era más bien un equipo representativo de Serbia. Finalmente fueron expulsados del torneo y reemplazados por Dinamarca, que a al final sería campeón del torneo, pero esa es otra historia.
“El torneo será peor sin Yugoslavia”, afirmó Stojkovic, jugador serbio. Lo cierto es que sin los croatas, Yugoslavia estaba lejos de ser el equipo temible y candidato al título que fue unos meses antes de que iniciara una de las guerras más horrorosas de la historia de la humanidad; y eso que de guerras horrorosas sabemos, lamentablemente, mucho los seres humanos.
Decenas de criminales fueron juzgados por el TPIY, pero lejos estuvo de enjuiciar a todos los responsables de un conflicto que duró una década y que trajo consigo la disolución de Yugoslavia.
¿Y qué tiene que ver esto con el fútbol? Mucho, por no decir que todo. Irónicamente, mientras Yugoslavia se desmoronaba como nación, si es que alguna vez lo fue, el proyecto futbolístico yugoslavo empezaba a cuajar en una generación de jugadores que pudieron ser, y eso nunca se sabrá con certeza, uno de los grandes equipo de todos los tiempos. Dicha generación se mostró ante el mundo en el campeonato juvenil de 1987, disputado en Chile. Jugadores como Davor Suker, Boban, Robert Prosinečki, Jarni, Mijatović, entre otros, guiaron a Yugoslavia a ganar el torneo, tras derrotar a Alemania Federal en la final, jugada en Santiago.
Esa base de jugadores, a la que se sumaron otros como el macedonio Darko Pancev y los serbios Dejan Savicevic y Dragan Stojkovic, fue la que puso en calzas prietas a Argentina en los cuartos de final del Mundial de Italia 1990. Sólo a través de los penales pudo el cuadro gaucho conseguir el tiquete a las semifinales y eliminar a los yugoslavos.
Cuando Estrella Roja de Belgrado ganó la Copa de Campeones de Europa en 1991, parecía indudable que el fútbol Yugoslavo estaba para grandes cosas. Allí aparecieron nuevos talentos como Jugovic o Sinisa Mihailovic, con lo que Yugoslavia contaba con un fondo de jugadores envidiable, y se perfilaba como favorito para la Euro que se iba a jugar en Suecia en 1992.
Pero nada de eso sucedió, porque Yugoslavia no pudo participar en el torneo continental. Quizá muchos ignoraron lo que sucedió el 13 de mayo de 1990 en Zagreb, hoy capital croata. Jugaban Estrella Roja de Belgrado contra Dinamo de Zagreb, era un clásico, los dos equipos más importantes de Yugoslavia; la rivalidad era total, pero esta vez el ambiente era más tenso que nunca por razones políticas. “¡Zagreb es Serbia!”, clamaban desde las tribunas los ultras del Estrella Roja que se hacían llamar ‘Delije’ (héroes en serbio). Unos años más tarde estos ultras saltarán de las tribunas, empuñarán las armas y conformarán uno de los grupos paramilitares más temibles de la guerra, “Los Tigres de Arkam”.
Los hinchas de ambos equipos invaden la cancha para enfrentarse en una batalla campal. La policía hace poco para frenar la violencia de los ‘Delije’, pero reprime con violencia a los croatas. Boban, jugador croata del Dinamo, no aguanta más y da una violenta patada a un policía bosnio. Es toda una premonición de lo que será la guerra: un croata agrede a un bosnio que se niega a parar la violencia de los serbios.
"Lo que hice, lo hice por idealismo. Y porque la policía maltrató a nuestros aficionados. Los Delije estaban destruyendo el estadio y prácticamente no hicieron nada. Entonces vi a un policía golpear a un chico joven y la reacción fue la que fue. Y estoy muy orgulloso… Solo fui un rebelde croata; los héroes llegaron con la guerra". Afirmó Boban, contagiado por el frenesí nacionalista que se tomó no sólo a croatas, sino a serbios, eslovenos, bosnios, macedonios y montenegrinos. Al final, como en casi todas las guerras, hay más villanos que héroes, por mucho que Boban considere a los suyos como los buenos.
Boban, que vivía de dar patadas, se hizo célebre por una, pero no por una que le dio a un balón. Esa premonitoria patada y el enfrentamiento de ese día serían conocidos como la primera batalla de las Guerras Yugoslavas o de la Guerra de los Balcanes (aunque este término se refiere, en estricto sentido, a un conflicto desarrollado a principios del Siglo XX entre el Imperio Otomano y la Liga de los Balcanes).
Yugoslavia está concentrada en Estocolmo para la Euro, mientras la guerra devasta su país. Las voces que piden la expulsión del equipo balcánico se multiplican con cada reporte que hacen los medios internacionales desde Belgrado. “Tenemos derecho a jugar”, se defienden los yugoslavos ¿Yugoslavos?, los croatas ya habían renunciado a la selección, por lo que el cuadro que pretendía participar en la Euro era más bien un equipo representativo de Serbia. Finalmente fueron expulsados del torneo y reemplazados por Dinamarca, que a al final sería campeón del torneo, pero esa es otra historia.
“El torneo será peor sin Yugoslavia”, afirmó Stojkovic, jugador serbio. Lo cierto es que sin los croatas, Yugoslavia estaba lejos de ser el equipo temible y candidato al título que fue unos meses antes de que iniciara una de las guerras más horrorosas de la historia de la humanidad; y eso que de guerras horrorosas sabemos, lamentablemente, mucho los seres humanos.