
La Primera Guerra Mundial se prolongó durante cuatro años de barbarie y violencia. El potencial destructivo del hombre se hacía realidad dejando por siempre un trauma en el imaginario de la humanidad.
Pero durante ese conflicto no todo fue violencia. Efímeros momentos de fraternidad entre combatientes de campos opuestos recalcaron esta vez no el potencial destructivo del hombre sino su aptitud a colaborar y ayudarse entre si.
En un episodio con tintes de leyenda, “La tregua de Navidad” logró unir a enemigos a muerte de bandos opuestos alrededor de un partido de fútbol jugado en medio de las trincheras el 24 de diciembre de 1914.
Se enfrentaban los alemanes a los franceses y británicos, guerra de trincheras en donde los combatientes vivían estacionados en un conflicto estático. Las dos trincheras estaban separadas por una planicie de unos 50 metros llamada la “Tierra de Nadie”, preciado territorio pretendido por ambos bandos plagado por cadáveres y demás restos de la guerra.
Se acercaba la navidad y los altos mandos alemanes en un intento por motivar a sus tropas decidieron enviar varios árboles de navidad con sus respectivas luces, un intento de humanizar las trincheras. Dicho y hecho, el 24 de diciembre llegó y con la luna como testigo, los arboles fueron colocados y las luces iluminaron ese paisaje desolador.
Los franceses y los británicos al ver aquellas luces a lo lejos presagiaron lo peor, pero momentos después los teutones entonaron varios villancicos que apaciguaron el ambiente. Los británicos aplaudieron y esta vez fueron ellos quienes cantaron.
Poco a poco, varios combatientes de ambos bandos subieron a la “Tierra de Nadie”… y esta vez no fue a matarse los unos a los otros. No, esta vez combatientes que hace unos días se estaban matando compartieron regalos y fraternizaron.
En una de esas, un soldado escocés llega con un balón y rápidamente se concerta un partido entre británicos y alemanes.
El teniente alemán Johannes Niemann relata así lo sucedido en una de sus cartas: “Un soldado escocés apareció cargando un balón de fútbol; y en unos cuantos minutos, ya teníamos juego. Los escoceses ‘hicieron’ su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus ‘enemigos de ayer’. Sin embargo, una hora después, cuando nuestro Oficial en Jefe se enteró de lo que estaba pasando, éste mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno”.
La tregua duró hasta el 29. En efecto, ecos de la “Tregua de Navidad” llegaron a los altos mandos de los combatientes, quienes a su turno se indignaron ante esta muestra de debilidad. Varios de los soldados que hicieron parte del partido fueron sancionados y la guerra retomó, con las consecuencias devastadoras que ya conocemos.
Pero durante ese conflicto no todo fue violencia. Efímeros momentos de fraternidad entre combatientes de campos opuestos recalcaron esta vez no el potencial destructivo del hombre sino su aptitud a colaborar y ayudarse entre si.
En un episodio con tintes de leyenda, “La tregua de Navidad” logró unir a enemigos a muerte de bandos opuestos alrededor de un partido de fútbol jugado en medio de las trincheras el 24 de diciembre de 1914.
Se enfrentaban los alemanes a los franceses y británicos, guerra de trincheras en donde los combatientes vivían estacionados en un conflicto estático. Las dos trincheras estaban separadas por una planicie de unos 50 metros llamada la “Tierra de Nadie”, preciado territorio pretendido por ambos bandos plagado por cadáveres y demás restos de la guerra.
Se acercaba la navidad y los altos mandos alemanes en un intento por motivar a sus tropas decidieron enviar varios árboles de navidad con sus respectivas luces, un intento de humanizar las trincheras. Dicho y hecho, el 24 de diciembre llegó y con la luna como testigo, los arboles fueron colocados y las luces iluminaron ese paisaje desolador.
Los franceses y los británicos al ver aquellas luces a lo lejos presagiaron lo peor, pero momentos después los teutones entonaron varios villancicos que apaciguaron el ambiente. Los británicos aplaudieron y esta vez fueron ellos quienes cantaron.
Poco a poco, varios combatientes de ambos bandos subieron a la “Tierra de Nadie”… y esta vez no fue a matarse los unos a los otros. No, esta vez combatientes que hace unos días se estaban matando compartieron regalos y fraternizaron.
En una de esas, un soldado escocés llega con un balón y rápidamente se concerta un partido entre británicos y alemanes.
El teniente alemán Johannes Niemann relata así lo sucedido en una de sus cartas: “Un soldado escocés apareció cargando un balón de fútbol; y en unos cuantos minutos, ya teníamos juego. Los escoceses ‘hicieron’ su portería con unos sombreros raros, mientras nosotros hicimos lo mismo. No era nada sencillo jugar en un terreno congelado, pero eso no nos desmotivó. Mantuvimos con rigor las reglas del juego, a pesar de que el partido sólo duró una hora y no teníamos árbitro. Muchos pases fueron largos y el balón constantemente se iba lejos. Sin embargo, estos futbolistas amateurs a pesar de estar cansados, jugaban con mucho entusiasmo. Nosotros, los alemanes, descubrimos con sorpresa cómo los escoceses jugaban con sus faldas, y sin tener nada debajo de ellas. Incluso les hacíamos una broma cada vez que una ventisca soplaba por el campo y revelaba sus partes ocultas a sus ‘enemigos de ayer’. Sin embargo, una hora después, cuando nuestro Oficial en Jefe se enteró de lo que estaba pasando, éste mandó a suspender el partido. Un poco después regresamos a nuestras trincheras y la fraternización terminó. El partido acabó con un marcador de tres goles a favor nuestro y dos en contra. Fritz marcó dos, y Tommy uno”.
La tregua duró hasta el 29. En efecto, ecos de la “Tregua de Navidad” llegaron a los altos mandos de los combatientes, quienes a su turno se indignaron ante esta muestra de debilidad. Varios de los soldados que hicieron parte del partido fueron sancionados y la guerra retomó, con las consecuencias devastadoras que ya conocemos.