Desde 2015, compararlos desde lo futbolístico, ya no es viable: son dos jugadores radicalmente distintos. Opuestos. Dos modelos evolutivos diferentes.
Por un lado, un adicto al gol que entendió la importancia, entrados los 33 años, de dosificarse. Canalizar su poder atlético en beneficio de un único fín: darse un baño de juventud renaciendo como un delantero. Una reconversión pragmática y brillante. Maximizar la herramienta (el cuerpo) para seguir acumulando números (goles y títulos) que le permitan, desde la estadística, vencer a su rival.
Messi, con 1095 dias menos, no lo desvela (todavía) los predicamentos de reconvertirse para maximizar su longevidad. Pero como jugador, proyecta tremenda madurez: su juego ha evolucionado dejando entrever una vocación natural a, desde la banda o incluso como delantero, fungir como un creador de juego centrado combinado con toda su polivalencia actual. A medida que los años le quiten su explosividad, en el mediocampo encontrará su fuente de la juventud.
Claramente, desde lo futbolístico, juegan a cosas muy diferentes y tienen prioridades disimiles.
¿Por qué la gente insiste, entonces, con un modelo comparativo (Messi vs Cristiano) anacrónico y vetusto?
Es muy simple. La comparación será para siempre por lo que representan y lo que inspiran en la gente.
El uno es la encarnación del talento puro y la aspiración a la perfección; un semi-dios que en cada partido con sus jugadas anda haciendo milagros que le recuerdan, a sus creyentes, la brecha entre los mortales y la divinidad; un genio absoluto cuyo destino está trazado. A mucha gente le fascina el trasfondo sobrenatural del talento mesíanico. Se sienten como ante un extraterrestre y lo admiran. Con mucha razón. Millones lo adulan. Es un serio candidato al mejor jugador de la historia.
El otro es más un exponente de la condición humana. Imperfecto. Nadie se atrevería a decir que Cristiano Ronaldo es un “dios” o un “extraterrestre” como con Messi: no lo es. Cristiano Ronaldo sería un excelente personaje de mitología griega: un humano obsesionado con vencer a los dioses del Olimpo. Todos le dicen que no, que es imposible, que no insista, que su genialidad no es innata, pero eso sólo alimenta sus ganas de escalar la montaña. Su disciplina y rigor, sus ganas de superación son admirables. Su ética y perseverancia han inspirado a millones, también.
Nunca pararemos de compararlos. Aparte de estos dos genios, ¿quién aguanta la comparación hoy?
P.D: Mucha gente suele decirme que no hablo de Messi. En 2018, el argentino es claramente el mejor jugador de fútbol del mundo. Es un verdadero privilegio poder verlo jugar.
Pero Cristiano intentará ser cada vez más oportunista: si el portugués levanta una Copa del Mundo o mientras siga ganando la Champions League se mantendrá en la conversación.
Los títulos también cuentan, mucho. Esa es la apuesta del portugués.
Por un lado, un adicto al gol que entendió la importancia, entrados los 33 años, de dosificarse. Canalizar su poder atlético en beneficio de un único fín: darse un baño de juventud renaciendo como un delantero. Una reconversión pragmática y brillante. Maximizar la herramienta (el cuerpo) para seguir acumulando números (goles y títulos) que le permitan, desde la estadística, vencer a su rival.
Messi, con 1095 dias menos, no lo desvela (todavía) los predicamentos de reconvertirse para maximizar su longevidad. Pero como jugador, proyecta tremenda madurez: su juego ha evolucionado dejando entrever una vocación natural a, desde la banda o incluso como delantero, fungir como un creador de juego centrado combinado con toda su polivalencia actual. A medida que los años le quiten su explosividad, en el mediocampo encontrará su fuente de la juventud.
Claramente, desde lo futbolístico, juegan a cosas muy diferentes y tienen prioridades disimiles.
¿Por qué la gente insiste, entonces, con un modelo comparativo (Messi vs Cristiano) anacrónico y vetusto?
Es muy simple. La comparación será para siempre por lo que representan y lo que inspiran en la gente.
El uno es la encarnación del talento puro y la aspiración a la perfección; un semi-dios que en cada partido con sus jugadas anda haciendo milagros que le recuerdan, a sus creyentes, la brecha entre los mortales y la divinidad; un genio absoluto cuyo destino está trazado. A mucha gente le fascina el trasfondo sobrenatural del talento mesíanico. Se sienten como ante un extraterrestre y lo admiran. Con mucha razón. Millones lo adulan. Es un serio candidato al mejor jugador de la historia.
El otro es más un exponente de la condición humana. Imperfecto. Nadie se atrevería a decir que Cristiano Ronaldo es un “dios” o un “extraterrestre” como con Messi: no lo es. Cristiano Ronaldo sería un excelente personaje de mitología griega: un humano obsesionado con vencer a los dioses del Olimpo. Todos le dicen que no, que es imposible, que no insista, que su genialidad no es innata, pero eso sólo alimenta sus ganas de escalar la montaña. Su disciplina y rigor, sus ganas de superación son admirables. Su ética y perseverancia han inspirado a millones, también.
Nunca pararemos de compararlos. Aparte de estos dos genios, ¿quién aguanta la comparación hoy?
P.D: Mucha gente suele decirme que no hablo de Messi. En 2018, el argentino es claramente el mejor jugador de fútbol del mundo. Es un verdadero privilegio poder verlo jugar.
Pero Cristiano intentará ser cada vez más oportunista: si el portugués levanta una Copa del Mundo o mientras siga ganando la Champions League se mantendrá en la conversación.
Los títulos también cuentan, mucho. Esa es la apuesta del portugués.