
Ellos no lo ven; lo sienten, en el alma. Lo huelen; lo escuchan; lo imaginan; lo dibujan en su mente; lo buscan; lo quieren tener.
Varios perdieron la vista en el transcurso de la vida. Ellos recuerdan las fintas de Romario; la técnica de Dennis Bergkamp; el olfato goleador y sentido de posición de Batistuta. Se inspiran de ellos, vívidos recuerdos magnéticos que atraen el balón en ese afán humano de convertir un gol.
Otros, son invidentes de nacimiento. Ellos son los casos más hermosos. Nunca vieron a Maradona sacarse a seis ingleses y hacer un gol. Tampoco lo vieron a Ronaldo Nazario acelerando o a Garrincha frenando. Ellos, sienten un lazo casi maternal con la pelota; aquella que les permite dignificarse en un terreno de juego. Es algo instintivo; un sexto sentido. No necesitan referentes o modelos porque el fútbol es eso, en últimas: una expresión del alma del ser humano.
Cada pase es un abrazo fraterno; en su oscuridad, el balón es esa antorcha que pasan con fraternidad. Cada gol es una hoguera eterna, calurosa, que construyeron entre ellos; una donde por un instante se imaginan las caras de sus cómplices en ese acto transgresor que acaban de hacer: un ciego haciendo un gol.
Nunca se sienten inferiores. El ritual que ellos tienen dibuja la expresión máxima del compañerismo y la humildad. Porque el gol que hace uno de ellos, el resto lo visualiza y lo celebra; sea o no del mismo equipo. Es una celebración grupal.
El Fútbol es una proyección del alma humana.
Varios perdieron la vista en el transcurso de la vida. Ellos recuerdan las fintas de Romario; la técnica de Dennis Bergkamp; el olfato goleador y sentido de posición de Batistuta. Se inspiran de ellos, vívidos recuerdos magnéticos que atraen el balón en ese afán humano de convertir un gol.
Otros, son invidentes de nacimiento. Ellos son los casos más hermosos. Nunca vieron a Maradona sacarse a seis ingleses y hacer un gol. Tampoco lo vieron a Ronaldo Nazario acelerando o a Garrincha frenando. Ellos, sienten un lazo casi maternal con la pelota; aquella que les permite dignificarse en un terreno de juego. Es algo instintivo; un sexto sentido. No necesitan referentes o modelos porque el fútbol es eso, en últimas: una expresión del alma del ser humano.
Cada pase es un abrazo fraterno; en su oscuridad, el balón es esa antorcha que pasan con fraternidad. Cada gol es una hoguera eterna, calurosa, que construyeron entre ellos; una donde por un instante se imaginan las caras de sus cómplices en ese acto transgresor que acaban de hacer: un ciego haciendo un gol.
Nunca se sienten inferiores. El ritual que ellos tienen dibuja la expresión máxima del compañerismo y la humildad. Porque el gol que hace uno de ellos, el resto lo visualiza y lo celebra; sea o no del mismo equipo. Es una celebración grupal.
El Fútbol es una proyección del alma humana.