
Odio, cuando en los partidos de la Selección Colombia se ve publicidad política para un partido. Es oportunista, egoísta y manipulador. Ojalá no sucediera. No me interesa que me vendan al Centro Democrático, o al partido que sea, justo cuando comulgamos como nación.
Porque soy un tipo consecuente, odio cuando la religión y “dios” (el que sea) impregnan el fútbol. Es oportunista, egoísta y manipulador. Ojalá no sucediera. No me interesa si Jesús, la Virgen o los testigos de Jehová fueron decisivos en la consecución del éxito, como afirman los jugadores creyentes a través de sus radicales indumentarias.
Pero dejemos de lado lo que yo pueda pensar.
Remitámonos al reglamento de la FIFA, máxima autoridad y ente regulador en el mundo para el fútbol. En la Ley 4 se estipula claramente: “El equipamiento básico obligatorio no deberá tener lemas, mensajes o imágenes políticos, religiosos ni personales. El organizador de la competición o la FIFA sancionará al equipo de un jugador cuyo equipamiento básico obligatorio tenga lemas, mensajes o imágenes políticos, religiosos o personales.”
Es claro, ¿no?
Es una cuestión de respeto. Usted crea en lo que quiera, pero el sagrado terreno de juego, el inmaculado estadio no lo manche con sus creencias políticas y religiosas. No sea egoísta; no aproveche una victoria para vender su ideología religiosa, cuando puede haber jugadores de religiones diferentes que pueden sentirse ofendidos. Si, le hablo a Falcao. Por respeto al prójimo, sus esqueletos con alabanzas divinas son egoístas en un terreno donde seguramente hay creyentes de otras religiones que aceptan con dignidad una derrota mientras usted está pendiente de salir en la foto con su mensaje religioso preparado. Guárdese su religión para usted mismo.
Se preguntará por qué hablo sólo de jugadores cristianos/católicos o afines. Bueno, son ellos los principales infractores. Los musulmanes más allá de rezar antes de un partido o de celebrar los goles haciendo el “sujood” no caen en esos detestables excesos de reivindicar la supremacía de Alah a través de sus camisetas. Ni hablemos de otras religiones muchos más discretas, respetuosas del otro, del terreno, del fútbol.
Si usted es creyente católico/cristiano, seguramente ya me debe odiar y está por dejar de seguir la página, pero piense por un momento lo incómodo que sería ver un estadio lleno de parafernalia religiosa o política a la cual usted no adhiere.
¿Jartísimo, no?
Porque soy un tipo consecuente, odio cuando la religión y “dios” (el que sea) impregnan el fútbol. Es oportunista, egoísta y manipulador. Ojalá no sucediera. No me interesa si Jesús, la Virgen o los testigos de Jehová fueron decisivos en la consecución del éxito, como afirman los jugadores creyentes a través de sus radicales indumentarias.
Pero dejemos de lado lo que yo pueda pensar.
Remitámonos al reglamento de la FIFA, máxima autoridad y ente regulador en el mundo para el fútbol. En la Ley 4 se estipula claramente: “El equipamiento básico obligatorio no deberá tener lemas, mensajes o imágenes políticos, religiosos ni personales. El organizador de la competición o la FIFA sancionará al equipo de un jugador cuyo equipamiento básico obligatorio tenga lemas, mensajes o imágenes políticos, religiosos o personales.”
Es claro, ¿no?
Es una cuestión de respeto. Usted crea en lo que quiera, pero el sagrado terreno de juego, el inmaculado estadio no lo manche con sus creencias políticas y religiosas. No sea egoísta; no aproveche una victoria para vender su ideología religiosa, cuando puede haber jugadores de religiones diferentes que pueden sentirse ofendidos. Si, le hablo a Falcao. Por respeto al prójimo, sus esqueletos con alabanzas divinas son egoístas en un terreno donde seguramente hay creyentes de otras religiones que aceptan con dignidad una derrota mientras usted está pendiente de salir en la foto con su mensaje religioso preparado. Guárdese su religión para usted mismo.
Se preguntará por qué hablo sólo de jugadores cristianos/católicos o afines. Bueno, son ellos los principales infractores. Los musulmanes más allá de rezar antes de un partido o de celebrar los goles haciendo el “sujood” no caen en esos detestables excesos de reivindicar la supremacía de Alah a través de sus camisetas. Ni hablemos de otras religiones muchos más discretas, respetuosas del otro, del terreno, del fútbol.
Si usted es creyente católico/cristiano, seguramente ya me debe odiar y está por dejar de seguir la página, pero piense por un momento lo incómodo que sería ver un estadio lleno de parafernalia religiosa o política a la cual usted no adhiere.
¿Jartísimo, no?