
Cuando Omar Pérez llegó a Santa Fe dijo en rueda de prensa lo que casi cualquier jugador que llegaba a Santa Fe antes de 2012 decía: que estaba consciente de que el club hace muchos años no salía campeón y que él venía a cambiar esa situación y a meterse en la historia de Santa Fe.
Después de tantos años de fracasos y decepciones nadie se imaginó que cada palabra que dijo el calvo ese día no sólo se cumpliría, sino que lo haría desbordando hasta los sueños del más optimista de los hinchas cardenales.
Se había terminado el primer tiempo del partido de vuelta de la final de la Copa Colombia 2009. Santa Fe perdía 1-0 con el Pasto. La desazón tan común por esos años en El Campín se paseaba impune por el estadio de la 57. El técnico cardenal, Germán “Basílico” González decidió hacer un par de cambios para revertir el marcador adverso; uno de esos cambios fue la entrada del jugador marcado con la 10, Omar Sebastián Pérez Marcos ¿Quién iba a pensar que ese día, Omar se iba a meter en el corazón de la hinchada del León? Omar entró y cambió la historia del partido como cambiará la historia de Santa Fe en unos pocos años. El rojo ganó esa copa de la mano de Pérez, fue la primera vez que vi a mi equipo dar una vuelta olímpica, eso deber ser algo muy cercano a lo que llaman felicidad.
Omar empezó a tomar la batuta de Santa Fe. Desde el medio campo lideraba con su clase al Expreso Rojo. Cada pase entre líneas era una puñalada para la defensa rival; cada cobro de costado era un mísil teledirigido a la cabeza de un compañero; cada vez que cubría el balón con su cuerpo hacía caer en desespero hasta al más experimentado de los defensores; cada vez que se animaba a patear al arco ponía en calzas prietas al portero rival y lo hacía poco porque él prefirió siempre dar un pase, ese era su arte.
Santa Fe había vuelto a un torneo internacional, la Copa Sudamericana, después de muchos años de ausencia. Por supuesto que el aporte del 10 había sido fundamental para volver a competir a nivel continental. Entonces, Omar invitó a su abuelo, Elio, para que asistiera al estadio José Amalfitani para ver el partido que enfrentaría a Santa Fe y Vélez Sarsfield. Cuando don Elio iba en camino hacia el partido un árbol cayó sobre la furgoneta en la que se movilizaba y le causó la muerte. Los medios titularon que el argentino no iba a jugar el partido por obvias razones. Pero Pérez pensaba otra cosa: se vistió de cortos, se calzó los guayos, se apretó bien la cintilla de capitán con la cual levantaría tantas copas, saltó a la cancha a jugar en honor de su abuelo y como si fuera poco marcó el gol de empate parcial que celebró mirando al cielo entre lágrimas.
Pero a Omar también le tocaron épocas difíciles. Fracasos deportivos como la eliminación en semifinales ante Once Caldas, en ese partido sui generis disputado a las 11:00 a.m, cuando todo el mundo daba por finalista a Santa Fe o el gol de Wilder al minuto 88 ante el Tolima en la última fecha de los cuadrangulares. Le tocó esa época en que los patrocinadores abandonaron el club, como las ratas abandonan el barco que se hunde, cuando se anunció un presunto lavado de activos, investigación que después fue archivada. Y en esas vacas flacas Omar recibió una oferta de Nacional, que no debió ser poca cosa, y la rechazó; prefirió seguir como capitán del barco –para seguir con las metáforas navales- y se bajó el sueldo, al igual que varios de sus compañeros. Él estaba convencido de que la gloria estaba en el horizonte.
15 de julio de 2012, 71 minutos de la final de vuelta del Torneo Apertura en el estadio el Campín. Juegan Santa Fe y Pasto. El partido y el global están empatados. Omar va a cobrar un tiro libre, el balón irá al área. El calvo acomoda la pelota y mira hacia adelante, ya sabe dónde la va a poner, pero antes de patear amaga para ver que va a hacer la defensa rival, se reacomoda, toma impulso y con su pie mágico impacta un balón que con precisión milimétrica encuentra la cabeza de Copete quien la manda al fondo. Locura, incredulidad. El partido termina así. 37 años de un grito atorado en la garganta del hincha albirojo: ¡Campeones!
Y de ahí en adelante los títulos son tantos que de ese entierro que se decía que había en la curva de oriental con sur en el Campín nadie volvió a hablar. Omar Pérez rompió con esa maldición. Pero medirlo por sus títulos me parece mezquino, porque lo de Omar son más que números. Hay jugadores en Santa Fe que tienen casi que los mismos logros que el argentino, pero que pese a ser muy importantes para el club no llegan a la estatura del calvo. Lo de Omar es casi que inexplicable: lo que sentía el santafereño al verlo salir a la cancha era algo que las palabras no alcanzan a describir.
Hoy que el ídolo se marcha, queda un vacío en el corazón. Pero se va con la frente en alto. Dicen los estadígrafos que Omar Sebastián asistió 102 veces a sus compañeros para que marcaran y que él mismo marcó en 77 oportunidades y que ganó 9 títulos vistiendo la camiseta del León. Pero como ya dije eso no basta para entender la grandeza del 10. Sólo me queda agradecerle a Omar Pérez por todo; por enamorarnos con su talento; por cada vez que se tiró al piso a recuperar un balón; por cada vez que defendió con garra; por todos los balones que corrió pese a que sus rodillas terminaban destrozadas por el esfuerzo…Ah, sus rodillas, ¿qué hubiera sido de Omar con las rodillas completas? seguramente no estaría escribiendo este artículo, quizá lo estaría escribiendo algún hincha de un club europeo
Espero con ansías el partido de despedida que el club anunció que se organizará en su honor; ya me lo imagino: partido en el Campín frente el Atlético Guemes , 40.000 personas que gritan al unísono “¡oe, oe, oe, oe, Omar, Omar!” El partido cuenta con invitados como Seijas, Meza, Mina, Otálvaro, Centurión Anchico, Agustín Julio que se vuelve a poner su clásica sudadera para la ocasión, Arias, el boliviano Cabrera… Y en cualquier momento llega el gol de Omar y parece que el estadio se va a caer, suena el pitazo final y Omar corre, entre lágrimas, a despedirse de la hinchada que también le corresponde, en muchos casos, con llanto, porque así se despide a un ídolo, cualquier otra cosa sería ingratitud.
Después de tantos años de fracasos y decepciones nadie se imaginó que cada palabra que dijo el calvo ese día no sólo se cumpliría, sino que lo haría desbordando hasta los sueños del más optimista de los hinchas cardenales.
Se había terminado el primer tiempo del partido de vuelta de la final de la Copa Colombia 2009. Santa Fe perdía 1-0 con el Pasto. La desazón tan común por esos años en El Campín se paseaba impune por el estadio de la 57. El técnico cardenal, Germán “Basílico” González decidió hacer un par de cambios para revertir el marcador adverso; uno de esos cambios fue la entrada del jugador marcado con la 10, Omar Sebastián Pérez Marcos ¿Quién iba a pensar que ese día, Omar se iba a meter en el corazón de la hinchada del León? Omar entró y cambió la historia del partido como cambiará la historia de Santa Fe en unos pocos años. El rojo ganó esa copa de la mano de Pérez, fue la primera vez que vi a mi equipo dar una vuelta olímpica, eso deber ser algo muy cercano a lo que llaman felicidad.
Omar empezó a tomar la batuta de Santa Fe. Desde el medio campo lideraba con su clase al Expreso Rojo. Cada pase entre líneas era una puñalada para la defensa rival; cada cobro de costado era un mísil teledirigido a la cabeza de un compañero; cada vez que cubría el balón con su cuerpo hacía caer en desespero hasta al más experimentado de los defensores; cada vez que se animaba a patear al arco ponía en calzas prietas al portero rival y lo hacía poco porque él prefirió siempre dar un pase, ese era su arte.
Santa Fe había vuelto a un torneo internacional, la Copa Sudamericana, después de muchos años de ausencia. Por supuesto que el aporte del 10 había sido fundamental para volver a competir a nivel continental. Entonces, Omar invitó a su abuelo, Elio, para que asistiera al estadio José Amalfitani para ver el partido que enfrentaría a Santa Fe y Vélez Sarsfield. Cuando don Elio iba en camino hacia el partido un árbol cayó sobre la furgoneta en la que se movilizaba y le causó la muerte. Los medios titularon que el argentino no iba a jugar el partido por obvias razones. Pero Pérez pensaba otra cosa: se vistió de cortos, se calzó los guayos, se apretó bien la cintilla de capitán con la cual levantaría tantas copas, saltó a la cancha a jugar en honor de su abuelo y como si fuera poco marcó el gol de empate parcial que celebró mirando al cielo entre lágrimas.
Pero a Omar también le tocaron épocas difíciles. Fracasos deportivos como la eliminación en semifinales ante Once Caldas, en ese partido sui generis disputado a las 11:00 a.m, cuando todo el mundo daba por finalista a Santa Fe o el gol de Wilder al minuto 88 ante el Tolima en la última fecha de los cuadrangulares. Le tocó esa época en que los patrocinadores abandonaron el club, como las ratas abandonan el barco que se hunde, cuando se anunció un presunto lavado de activos, investigación que después fue archivada. Y en esas vacas flacas Omar recibió una oferta de Nacional, que no debió ser poca cosa, y la rechazó; prefirió seguir como capitán del barco –para seguir con las metáforas navales- y se bajó el sueldo, al igual que varios de sus compañeros. Él estaba convencido de que la gloria estaba en el horizonte.
15 de julio de 2012, 71 minutos de la final de vuelta del Torneo Apertura en el estadio el Campín. Juegan Santa Fe y Pasto. El partido y el global están empatados. Omar va a cobrar un tiro libre, el balón irá al área. El calvo acomoda la pelota y mira hacia adelante, ya sabe dónde la va a poner, pero antes de patear amaga para ver que va a hacer la defensa rival, se reacomoda, toma impulso y con su pie mágico impacta un balón que con precisión milimétrica encuentra la cabeza de Copete quien la manda al fondo. Locura, incredulidad. El partido termina así. 37 años de un grito atorado en la garganta del hincha albirojo: ¡Campeones!
Y de ahí en adelante los títulos son tantos que de ese entierro que se decía que había en la curva de oriental con sur en el Campín nadie volvió a hablar. Omar Pérez rompió con esa maldición. Pero medirlo por sus títulos me parece mezquino, porque lo de Omar son más que números. Hay jugadores en Santa Fe que tienen casi que los mismos logros que el argentino, pero que pese a ser muy importantes para el club no llegan a la estatura del calvo. Lo de Omar es casi que inexplicable: lo que sentía el santafereño al verlo salir a la cancha era algo que las palabras no alcanzan a describir.
Hoy que el ídolo se marcha, queda un vacío en el corazón. Pero se va con la frente en alto. Dicen los estadígrafos que Omar Sebastián asistió 102 veces a sus compañeros para que marcaran y que él mismo marcó en 77 oportunidades y que ganó 9 títulos vistiendo la camiseta del León. Pero como ya dije eso no basta para entender la grandeza del 10. Sólo me queda agradecerle a Omar Pérez por todo; por enamorarnos con su talento; por cada vez que se tiró al piso a recuperar un balón; por cada vez que defendió con garra; por todos los balones que corrió pese a que sus rodillas terminaban destrozadas por el esfuerzo…Ah, sus rodillas, ¿qué hubiera sido de Omar con las rodillas completas? seguramente no estaría escribiendo este artículo, quizá lo estaría escribiendo algún hincha de un club europeo
Espero con ansías el partido de despedida que el club anunció que se organizará en su honor; ya me lo imagino: partido en el Campín frente el Atlético Guemes , 40.000 personas que gritan al unísono “¡oe, oe, oe, oe, Omar, Omar!” El partido cuenta con invitados como Seijas, Meza, Mina, Otálvaro, Centurión Anchico, Agustín Julio que se vuelve a poner su clásica sudadera para la ocasión, Arias, el boliviano Cabrera… Y en cualquier momento llega el gol de Omar y parece que el estadio se va a caer, suena el pitazo final y Omar corre, entre lágrimas, a despedirse de la hinchada que también le corresponde, en muchos casos, con llanto, porque así se despide a un ídolo, cualquier otra cosa sería ingratitud.