Hace unos días, tras escribir un post, un lector comentó: “Tanta parafernalia para esa historia…” Yo recibí la crítica y me puso a pensar en que quizá doy muchas vueltas al escribir. Pero luego de reflexionar en medio de un trancón bogotano llegué a la conclusión de que la parafernalia tiene su encanto y no sólo eso, sino que es necesaria en algunas ocasiones.
Piense en el gol de Carlos Alberto en 1970: Tostao tiene el balón en la banda izquierda se la da a Piazza, pasa por Clodoaldo, por Pelé, por Gerson, por Clodoaldo de nuevo, el balón se mueve de un barasileño a otro, los italianos ven con impotencia, ya están mareados, el esférico le llega a Rivelino que se lo da a Jairzinho, de nuevo para Pelé que al borde del área pudo haber pateado, pero O Rey ve con el rabillo del ojo que Carlos Alberto se acerca raudo y se lo pasa y Carlos Alberto, de primera, convierte uno de los goles más icónicos de los mundiales.
Ese gol fue el 4-1 de esa final. Un gol insignificante desde el punto de vista del desarrollo del partido. Pero gracias a la parafernalia que tuvo, se inmortalizó. Porque si el gol hubiera nacido de un pelotazo de Piazza a Rivelino y este hubiera definido mano a mano con el guardameta, se hubiera quedado en un detalle casi que puramente estadístico.
Claro, hay veces que hay que ser directos. Si uno ve que su extremo veloz reclama un envío largo, hay que ponerlo a correr sin dilaciones; si uno está en el área hay que patear, una gambeta de más puede significar la recuperación de algún defensor.
Pero no siempre. Pensemos ahora en la parafernalia en el arte. Que tal estar viendo a Deep Purple en vivo y que cuando comience a sonar Smoke on The Water alguien pidiera que pasaran a de una vez al coro. Absurdo, ¿verdad? Quién quisiera perderse el riff Ritchie Blackmore; o quién quiere pasar directo al nudo de una gran novela o llegar directo al epílogo de una buena película. No, hay que envolverse en la obra para disfrutar el punto culmen, hay que dejarse llevar por la parafernalia.
¿Y en la vida? Al menos yo soy de las personas que para contar una historia, y no hablo de lo que escribo acá, me voy, como dicen, por las ramas. Pero no porque quiera cambiar el tema, es inconsciente, es una forma de ser que tenemos los latinos. Uno empieza a hablar de cómo conoció a una persona y de repente está hablando de la Guerra de Corea, ya ha pasado por decir que el Led Zeppelin IV es el mejor álbum de la historia, ha discutido si el Barcelona de Pep o el Milan de Sacchi y luego uno pregunta ¿De qué estábamos hablando? Eso a mí antes que molestarme, me parece un rasgo fascinante.
¿Y qué me dicen de la conquista, del coqueteo? Son actividades llenas de parafernalia, llenas de gestos sutiles; hay que ser cautos, cualquier movimiento antes de tiempo puede echar al traste toda una noche, una semana o un mes de arduo trabajo.
Yo soy de los que les gusta llegar al estadio con incluso horas de antelación. Me gusta llegar y vivir la parafernalia del partido; desde escoger la camiseta que voy a llevar, pasando por el plato de lechona (carísimo), la conversación previa con algún extraño sobre lo que será el partido, la ansiedad inevitable, la salida de los equipos a la cancha, los himnos, toda una serie de acciones para vivir 90 minutos que en algunas ocasiones resultan decepcionantes, pero que otras veces justifican plenamente tanta parafernalia.
Con esto quiero responderle al lector que realizó la crítica que originó este escrito. Sin parafernalia los post de Pinceladas serían una colección de datos curiosos, de esas hay muchas, nosotros queremos marcar diferencia, darle una voz a lo que publicamos, por eso, por lo menos quien escribe, seguirá haciendo uso de la parafernalia en cada escrito.
Piense en el gol de Carlos Alberto en 1970: Tostao tiene el balón en la banda izquierda se la da a Piazza, pasa por Clodoaldo, por Pelé, por Gerson, por Clodoaldo de nuevo, el balón se mueve de un barasileño a otro, los italianos ven con impotencia, ya están mareados, el esférico le llega a Rivelino que se lo da a Jairzinho, de nuevo para Pelé que al borde del área pudo haber pateado, pero O Rey ve con el rabillo del ojo que Carlos Alberto se acerca raudo y se lo pasa y Carlos Alberto, de primera, convierte uno de los goles más icónicos de los mundiales.
Ese gol fue el 4-1 de esa final. Un gol insignificante desde el punto de vista del desarrollo del partido. Pero gracias a la parafernalia que tuvo, se inmortalizó. Porque si el gol hubiera nacido de un pelotazo de Piazza a Rivelino y este hubiera definido mano a mano con el guardameta, se hubiera quedado en un detalle casi que puramente estadístico.
Claro, hay veces que hay que ser directos. Si uno ve que su extremo veloz reclama un envío largo, hay que ponerlo a correr sin dilaciones; si uno está en el área hay que patear, una gambeta de más puede significar la recuperación de algún defensor.
Pero no siempre. Pensemos ahora en la parafernalia en el arte. Que tal estar viendo a Deep Purple en vivo y que cuando comience a sonar Smoke on The Water alguien pidiera que pasaran a de una vez al coro. Absurdo, ¿verdad? Quién quisiera perderse el riff Ritchie Blackmore; o quién quiere pasar directo al nudo de una gran novela o llegar directo al epílogo de una buena película. No, hay que envolverse en la obra para disfrutar el punto culmen, hay que dejarse llevar por la parafernalia.
¿Y en la vida? Al menos yo soy de las personas que para contar una historia, y no hablo de lo que escribo acá, me voy, como dicen, por las ramas. Pero no porque quiera cambiar el tema, es inconsciente, es una forma de ser que tenemos los latinos. Uno empieza a hablar de cómo conoció a una persona y de repente está hablando de la Guerra de Corea, ya ha pasado por decir que el Led Zeppelin IV es el mejor álbum de la historia, ha discutido si el Barcelona de Pep o el Milan de Sacchi y luego uno pregunta ¿De qué estábamos hablando? Eso a mí antes que molestarme, me parece un rasgo fascinante.
¿Y qué me dicen de la conquista, del coqueteo? Son actividades llenas de parafernalia, llenas de gestos sutiles; hay que ser cautos, cualquier movimiento antes de tiempo puede echar al traste toda una noche, una semana o un mes de arduo trabajo.
Yo soy de los que les gusta llegar al estadio con incluso horas de antelación. Me gusta llegar y vivir la parafernalia del partido; desde escoger la camiseta que voy a llevar, pasando por el plato de lechona (carísimo), la conversación previa con algún extraño sobre lo que será el partido, la ansiedad inevitable, la salida de los equipos a la cancha, los himnos, toda una serie de acciones para vivir 90 minutos que en algunas ocasiones resultan decepcionantes, pero que otras veces justifican plenamente tanta parafernalia.
Con esto quiero responderle al lector que realizó la crítica que originó este escrito. Sin parafernalia los post de Pinceladas serían una colección de datos curiosos, de esas hay muchas, nosotros queremos marcar diferencia, darle una voz a lo que publicamos, por eso, por lo menos quien escribe, seguirá haciendo uso de la parafernalia en cada escrito.